Error III: Jugar con las palabras. ¿Respeto?









La palabra nace en y desde el silencio. Su fin es la verdad.

Con ella se da nombre a las cosas. Naturalmente las cosas ya estaban ahí. La comunidad social se encargará de dar acogida o no a ese nombre. Pero conviene destacar la presencia discreta de la "palabra interior", mental, causa de esa otra "palabra exterior", dicha. Aquélla, es el sentido de la voz proferida. Sin sentido no hay palabra. Y el "ruido" impide el nacimiento del sentido

Hay en el pensamiento del hombre una especie de modelo interior a partir de la palabra nacida a la luz de las cosas nombradas. Sin embargo, hoy más que ayer, se divulgan nociones extrañas a las cosas, a la realidad

Este proceder, representa una falta de respeto, en primer lugar, a las cosas creadas, bien por el hombre o por el Supremo Hacedor. Todas las cosas han nacido del amor, excepto cuando  el odio y la indiferencia, nacidos de un corazón torcido, incapaz de ver la realidad tal como es, interfieren y enturbian  el nacimiento de la palabra a raíz de contemplar las cosas. Así aparece el sinsentido y se  propalan falsedades, calumnias y odios hacia los demás. 

Se hace así un gran daño a sí mismo y a los demás. El fin de la palabra, del lenguaje, es la verdad. No se debe proferir una voz cuyo significado no parte de  esa imagen concebida a partir de la realidad, de ese objeto exterior de cuyo signo es la palabra. En última instancia, palabra y verdad son la misma cosa. Mientras la  verdad se estima por la concordancia entre el objeto pensado y el objeto exterior, la palabra interior, en sí misma un signo, nace al considerar el "objeto" de la realidad conocido por el entendimiento.

Alzarse, sin más, como campeón del significado sin atender a las correspondencias pertinentes con lo real, cuando se ve el lenguaje como "juego" (sin negar la posibilidad de que se pueda jugar en ocasiones con el lenguaje) lo que sale mal librado es el sentido, al estilo de Wittgenstein /1889-1951), pupilo de B. Russell (1872-1970) y de Whitehead (1861-1947).

Hoy estamos destruyendo el lenguaje porque apenas se conoce el significado de la palabra y porque se ignora lo que se quiere nombrar. De esta manera, la palabra no es hija de lo conocido por el intelecto, sino del "capricho"; así, el sentido nunca se incorporaría a la palabra, una especie de paternidad irresponsable. 

Este "capricho",  sin respeto por la realidad,  se va extendiendo como una mancha de aceite a muchas áreas de la vida. Por ejemplo, las agresiones sexuales, dicen las organizaciones internacionales, no han aumentado, "sólo se denuncian muchos más casos que antes". Por otro lado, los expertos atribuyen a las "nuevas tecnologías" este creciente número de abusos. 

Algo no cuadra en estas consideraciones, sin embargo. Antes no había la proliferación de esas denominadas "nuevas tecnologías". Por tanto, no se entiende cómo podían ser responsables de lo que todavía no era. 

En muchos ámbitos y cada vez más jóvenes, la noción de respeto a las personas y a las palabras se toma como algo trasnochado.






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