Error grave II: no me va a pasar nada







Es la hora de decidir. Y la arrogancia juega un papel fundamental.

Cada vez más gente toma decisiones basándose en las consecuencias de sus actos, y rara vez  se actúa de acuerdo con  los principios de la moral. Lo vemos en la vida de grandes personajes, como la primer ministro de Gran Bretaña, Teresa May, con sus propuestas del Brexit: se trata quizá de minimizar lo negativo de la salida de Gran Bretaña de la Comunidad Europea (consecuencias) en vez de defender la unidad de Europa (principios). 

Ante la oferta de droga, un joven, como muchos otros, pensaba acceder a ella porque el hábito no representaba un peligro grave para la salud de las personas. Algo así como las borracheras de alcohol los fines de semana. Luego, se enganchó en el vicio por la práctica. Pero esto no es lo más importante, sino la banalización de los principios, de donde surge el sentido.

Ocurre lo mismo con la práctica sexuales antes del matrimonio: el porcentaje de divorcios de quienes mantuvieron relaciones sexuales antes de casarse crece porque no se ha aprendió a vivir la virtud de la castidad consistente en respetar la "dignidad de la persona".

Al fin y al cabo, no pasa nada. Y la hora de la muerte, incierta, se percibe como algo lejano. Como la llegada del tren transiberiano a Vladivostok en la costa asiática. 

La instalación en al mente de esta creencia nihilista, "al fin y al cabo, no pasa nada", despreciando la evidencia diaria de casos en contra, se justifica por la "mala suerte" de quien cae en la trampa.

Desentenderse de los principios es arrogancia. Moverse por las consecuencias, un fracaso, al estilo Brexit.



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