La ciencia sin Dios


Leer la historia vivida y contada por quien la sabe contar es realmente oír música celestial. Así el filósofo Jean Guitton nos cuenta con detalle las vicisitudes en la vida del Padre Lagrange, dominico.

Dios es uno, y una es la ciencia de la que él es la Sabiduría. Como él lo penetra todo, pues todo ha salido de sus manos, no hay siquiera una estrella, aun la más lejana de las mil galaxias, que esté ahí por casualidad. Dios ha puesto en marcha un plan y se va cumpliendo puntualmente sin descuido alguno.

Por eso, una ciencia sin Dios, es un absurdo. Que las cosas, sobre las que la ciencia estudia, estén ahí sin que alguien las haya  diseñado y puesto en un orden que la inteligencia trata de esclarecer, como si la materia por sí misma pudiera sobrepasar la medida del hombre.

Sin duda algunas  cosas, como las plantas,  los animales, tienen su alma, pero no es racional. Perciben sin llegar a comprender. Esta constitución no les permite entonces esa relación del alma racional con el espíritu, que une memoria, inteligencia y voluntad con su semejanza divina. La imagen del hombre se une con su creador y alcanza límites superiores a los que tendría con su dotación de tener sólo el alma, sin la semejanza pues le da sentido a  todo lo que realiza.

Entonces, una ciencia sin Dios, nos deja fuera de poder entender un mínimo del amor derrochado por quien nos creó, muy por encima de todas las criaturas y muy cerca del creador. Poco a poco, paulatinamente, nos acercamos al disfrute  y contemplación de la felicidad por siempre, sin acabar de agotarla nunca.

















































































































































































































Resulta estimulante leer la vida de un intelectual y significante hombre en la religión y la ciencia contada por quien la vivió muy cercana a él.












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