La buena memoria consiste en saber qué olvidar


No sé quién la dijo, pero la frase es redonda por apuntar a la esencia de cualquier palabra, dicha al exterior o explicitada en el interior del alma, lugar de donde emerge el origen de toda palabra referida a la realidad. Incluso, los habladores, que dicen sin pensar, suelen referirse a eso cuando se lamentan y tratan de corregir alguno de sus dichos indebidos: "Lo dije sin pensar".

Por eso, la edad viene a corregir olvidando los excesos grabados en la memoria. Sin querer, se suele ir olvidando las impertinencias que, sin haberse referido a lo real, se dicen sin más aunque ofendan. 

No hace falta para la ofensa el dedicar la palabra a un semejante. Basta con dejarla en el corazón sin referirla a la realidad. Allí se pudre, y, al soltarla en público, hiede porque está corrompida en su origen. 

Sin embargo, no faltan aquellos cuya memoria nada les echa en cara porque nadie les dijo algo digno de ser guardado. Es la ocasión para los grandes descubrimientos. Se anda buscando sin saber exactamente qué, o se busca erróneamente. Por ejemplo, Colón quería llegar a las Indias y se encontró en su búsqueda con América.

El llanto de los niños nace muchas veces de descubrir que las cosas no son como las habían pensado, y la realidad se impone al borrar sus pensamientos. Otros, como santa Teresa, esperaban tan alta vida que ganas de morirse le daban. "Sabía" con certeza ya, ahora, del porvenir del hombre. Se trata, sin duda, de la locura de la fe, que concede ver la realidad aún sin verla.

El universo entero tangible no cabe en la limitada percepción del hombre. Intuye un más allá, pues la realidad misma le empuja a esa creencia racional a saber en el espacio ilimitado de su inteligencia lo que ocurre después, cuando el tiempo se acaba, y el espacio se convierte en un ser puntual. La nada no es una opción porque el ser, nacido para seguir siendo, la desquicia.

Por eso, la memoria se relaciona con el ser, y el olvido con un fallo de la memoria ante lo real que sigue siendo. Entonces es cuando la fe viene en rescate del hombre que, con la edad, olvida. Este encuentro va más allá de lo retenido, y muestra, así, muestra, la fragilidad humana  del recuerdo porque enseña lo perdurable, esa realidad nunca vista pero al alcance de la esperanza. 

Bueno, ahora ya me voy, porque esto se va complicando más de lo planeado, sin memoria del porvenir que no ha pasado, ni del pasado porque no siempre se recuerda lo que ha sido, bien sea por olvido voluntario o por no recordar aunque haya sido.

    



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