Acoger la vida, si de verdad queremos vivir y en paz



Qué bello es vivir...



El pensamiento, aunque sea menor que una mota de polvo, abarca el universo entero. Así se expresa J. Guitton en sus conversaciones con P. Lagrange. Ese pensamiento, unido ahora más al alma, dejará de hacerlo para transformarse totalmente en su unión con el espíritu. Así se completará la vida futura, donde el predominio actual del alma en relación al cuerpo, cederá, digámoslo así, su lugar al espíritu, para lograr una cercanía mayor al espíritu.

¿Pero por qué, por una razón u otra, se resiste una convivencia en armonía en cada momento donde se reúnen dos o más personas? Hay una frase ya en el Génesis donde se apunta a una "descendencia" agitada por la "enemistad". Y no falta el primer caso de la historia con el crimen entre hermanos, el de Caín contra su hermano Abel.

Superar las diferencias entre personas llega a un momento donde se justifica la producción y uso de toda clase de armas para conseguir la paz, es decir, mediante la exterminación del otro, sin importar que se trate solamente de una persona o de un pueblo entero.

El pensamiento, como apunta J. Guitton, puede abarcar el universo entero, pero es incapaz con frecuencia de hacer en el alma un rincón siquiera donde la paz sea posible. No importa si el caso se da en la civilización griega, romana o en pueblos enteros incluso donde el cristianismo es la religión dominante.

¿Se puede entonces vivir en paz? Sí, y solamente  si los demás observadores ven que tenemos  un gran respeto por la vida de los demás, desde el recién nacido hasta el selecto, a quien ha llegado a la senectud. Ese respeto causa admiración, y se puede comenzar de esta manera un diálogo sobre las razones de tal conducta. 

Así se descubriría la semejanza de todos los hombres, porque venimos de una Padre común y el valor de la amistad y del amor en las relaciones familiares. De esta manera, la paz sería posible. No es cuestión de territorio, del color de la piel o clase social. Es cuestión de orden.


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