Indiferencia y relativismo en las cuestiones sexuales


Hay dos asuntos de primer nivel cuyas sombras están en la raíz de buena parte , si no todos, de los problemas contemporáneos. 

Se trata del relativismo, por un lado, y de la indiferencia por el otro. Dicho de otro modo: el primero atenta contra la verdad: no hay deseo de saber lo qué es verdadero.  El segundo, contra el amor: no hay voluntad de permanencia. Estas dos realidades están íntimamente relacionadas. 

La  verdad y el amor se unen en su trascendencia, ambos conceptos implican un para "siempre". Algo no es verdad por un rato, ni tampoco el amor se da mientras haya algo que vaya según la conveniencia de quienes forman una relación, como sería el caso del matrimonio. Ambos también, establecen una "relación" firme, con la "realidad" uno, con las personas el otro.

Pero estas dimensiones no sólo nacen de una decisión humana, sino que se originan en el querer de  un "ser divino". Sabemos que Dios es amor y que es además es familia: por eso  no puede dejar de querer a sus criaturas, por malas que sean, ni, como en el caso del hijo pródigo, renunciar a su "paternidad".

El amor por la creación del hombre no se extingue se afirma en la dimensión de la "libertad", es decir, se quiere a la persona libremente aunque el hombre se salga  del acuerdo original con su creador, o de lo estipulado en los Mandamientos ampliado en el Sermón  de la Montaña. 

Por eso, el matrimonio no es una institución humana, ni puede el hombre decidir salirse del ámbito  de la familia, embarcado como está para "siempre" en el navío del amor. Por eso el  matrimonio no es un suceso casual ni es  obligatorio. para nadie. 

El matrimonio deja ver en su relación mutua de hombre y mujer, que se trata de un vínculo de amor  ideado y querido como un bien para el hombre como  reflejo trinitario   divino. Por tanto, el vínculo establecido entre los contrayentes voluntariamente es sagrado y no puede deshacerse destruyendo la esencia de lo que Dios ha unido. Atentar contra este vínculo contraído voluntariamente, supone renunciar esencialmente al amor de Dios, a lo que Dios es, y, como consecuencia,  al acabar con la descendencia que llena la tierra.

Por otra parte, el trastocar la verdad atenta directamente contra el sentido de la vida, de la existencia, del mismo ser. De hecho, al ignorar la verdad, no sabríamos  lo qué son las personas ni tampoco  las cosas. Todo se dejaría a la definición dada por el capricho de alguien en un momento determinado. La relación con la realidad quedaría al arbitrio y se entraría de lleno en çel mundo del "absurdo", como se escenifica agudamente en la obra Esperando a Godot de Samuel Beckett, publicada en 1953, aunque este autor la había escrito unos años antes.  Borrar la verdad de la vida es caminar entre sombras que llevan a un abismo sin fondo. Las cosas fueron creadas desde el principio para que siguieran siendo: el sol, la luna, las estrellas, las aguas del cielo y de la tierra y los seres que las llenan.

El sexo, tan puesto de moda por los media y por las conductas humanas, dispuesto como un don para unir al hombre y la mujer y generar la vida dentro del matrimonio, fuera de su fin propio, se ha reducido a un instrumento de placer, siendo una consecuencia directa del relativismo vigente y de la falta de amor en una relación desvirtuada por la "indiferencia".

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