Amor y relatividad


Relativismo moral




Estos dos conceptos, amor y relatividad, son mutuamente excluyentes. El amor es para siempre. Lo relativo, nunca se sabe.

Lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años, está trastornando lo esencial, lo no cambiante, lo de siempre y para siempre. 

¿Cómo sabemos esto? Porque Dios es amor, infinito. Y nosotros hemos sido credos a su imagen i semejanza. De alguna manera, somos dioses, y en nosotros el amor, el verdadero, amor, no cambia, aunque todas las leyes del mundo digan otra cosa.

La libertad se orienta hacia el fin cuando elige el amor como su punto de mira. La alegría entonces es la compañera del camino en todas nuestras acciones,  aunque no estén exentas de contradicciones.

Así es el núcleo del relativismo: insinuar lo imposible, disolver la certeza abriendo una entrada a la duda o insinuar la autosuficiencia personal como medio para conseguirlo todo. 

Marcos, el evangelista, nos cuenta un detalle en el escenario de la sinagoga de Cafarnaúm. Durante las explicaciones de Jesús, un espíritu inmundo le habla por medio de una poseso, llamándole "santo de Dios". Parece esta frase como un reconocimiento a Jesús, a quien se queja de venir a incomodarlos, acabando con ellos. Sin embargo, todos los hombres buenos son santos de Dios, y Jesús, en cuanto hombre, es bueno. Pero la malicia del maligno consiste en ocultar la divinidad de Jesús, quien es tres veces santo. No le llama el espíritu impuro "Dios santo", sin faltar a la verdad; le llama santo de Dios, como si fuera uno más de entre los hombres.

El maligno es muy sutil. No se puede jugar con él, pues acabaría envolviendo y trastornando nuestros pensamientos, como ocurrió en el caso de Eva, mucho más lista que cualquiera de nosotros.

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