La alegría de las cosas pequeñas: cuando los hijos regresan


Era la noche de Navidad. Mi esposa y yo estábamos cenando solos. Sonó el timbre. Nos extraños que en una noche así, cuando no esperábamos a nadie a esas horas, sonase el timbre. Con precaución fuimos a abrir, no sin antes mirar por la rendija que da a la calle. La sorpresa fue ver un taxi despidiéndose de una persona a la que no podríamos ver el rostro. Abrí la puerta y, héteme aquí,  que me encuentro con mi hijo mayor, residente en Estados Unidos. 

No nos había avisado de su llegada. Quería darnos una sorpresa, y puedo decir que quizá esa visita haya sido la alegría más grande de mi vida. ¡Tener en casa inesperadamente a uno de los hijos en la noche de Navidad! ¡No cabíamos de gozo! 

Buenas noticias son las del momento presente. Es el único disponible. Agradecer siempre este momento es fruto de la sensatez, por mal que lo estemos pasando, aunque las cosas no salgan como nos hubiera gustado.

Estas cosas pequeñas, como el haber conseguido terminar el ciclo de la vacunación, o ver a la esposa trabajando alegre en lo de casa, cada día, o las argucias del perro para salirse con la suya, son causa de alegría plena. Sumado al encuentro con vecinos, de paseo o en el mercado, con los compañeros de trabajo, victoriosos de la pandemia, poder salir después de más de un año de encierro a disfrutar de una reunión con amigos, es parte de las cosas pequeñas de la vida por las que dar gracias y alegrarse.










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