¿El fin de los tiempos?


No faltan voces clamando la inminente llegada del fin de los tiempos.  Ahora y hace dos mil años, el tema del fin resulta atractivo para algunos escritores y, siempre, para miles de lectores. ¿Por qué?

No se trata de responder con conjeturas, sino con hechos. Voy a proponer mi postura, en primer lugar.

Se trata, por lo general, de vagos empedernidos. ¿Pero, de dónde sale o se sustenta tal afirmación? La razón es sencilla. Quien tiene mucho que hacer, se preocupa fundamentalmente del trabajo que lleva entre manos. Mañana, dice, será otro día; cada tiempo con su afán. 

Se nos ha dicho que nadie sabe ni el día ni la hora. Ni siquiera los ángeles del cielo. ¿Entonces?

Una de las reprimendas más sonadas del apóstol Pablo en su carrera por los pueblos de Grecia y Asia menor se la dedica al pueblo de Tesalónica. La idea de la cercanía del mundo había tomado aire entre los habitantes de este pueblo, a lo que Pablo había visitado anteriormente. Pero, asociada a esta idea surge otra, con verdadera lógica: si el fin está cerca, entonces, no tiene caso trabajar. Es un esfuerzo inútil, pues todo se va a quedar aquí desaprovechado.

Al enterarse Pablo de estas ideas y la de "no trabajar" les escribe una carta donde entre otras cosas personales sobre el trabajo, les dice simplemente: el que no trabaje, que no coma. 

En otras palabras, la vagancia no cabe entre los cristianos. Los de ayer y los de hoy. El hombre está hecho para trabajar, nos dice el Génesis en sus primera líneas después de la creación del primero de la humanidad.

Por tanto, de la fecha del fin del mundo nada sabemos; y con esta ignorancia no se puede saltar al renglón del trabajo, dicho de tal manera que no admite variaciones a capricho del hombre.

 

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