¿Por qué la gente se empeña en andar sin Dios?


Si tuviéramos que recorrer un largo camino y, según quienes ya han pasado por él, está lleno de peligros, mortales muchos de ellos, ¿rechazarías la compañía de quien te podría ayudar a salir airoso de las asechanzas y de los ataques inimaginables durante el recorrido? 

Sólo un loco rechazaría tal ayuda, pero este siglo se ha empeñado en caminar a solas, es decir a ciegas.

Pues así es la travesía del hombre sobre la tierra. Nadie conoce el camino ni los incidentes ni cuál vendrá a ser el último día de su andadura. Nos acostumbramos a andar, pero la experiencia dice a algunos cuántos vaivenes inesperados se suceden sin previo aviso.  

Desde la cuna, al momento de nacer, la vida se quería escapar de aquel recién nacido, pero los cuidados de una madre lo sacó adelante. Poco después, quizá a los cuatro años esa madre condujo a sus dos hijos ante la imagen de la Virgen del Pilar en Zaragoza. Como era costumbre, un monaguillo se encargaba de ayudar al niño en turno  a la subida de la escalinata cogiéndole de ambas manos y llevándole por delante hasta la imagen. Pues bien, debido a la torpeza del niño ante las empinadas escaleras, el hijo mayor tropezó y se dio un tremendo golpe en la espinilla.

Ese fue el primer encuentro con su Madre, la Virgen María, y desde entonces, cuando pasaba por delante de la imagen, se acordaba a del primer beso que le dio en su manto y de la marca dejada en su pierna izquierda, y  prefería saludarla desde abajo. 

Otro día, al atravesar corriendo y sin mirar la calle que le separaba del colegio de los Escolapios, un taxi, cargado con 5 personas lo arrolló y por suerte le aplastó sólo la pierna derecha con la parte trasera del coche. Se  salvó este hijo mayor de puro milagro, y aun cuando la recuperación fue lenta,  la vida de este niño salió adelante y su pierna también.  

Más espeluznante resulta contemplar a este niño colgándose de la parte exterior del balcón de su casa, haciendo  alardes delante de las señoras de la calle gritaban 30 metros más abajo por su atrevimiento pensando que, de un momento a otro iba a caer a la calle. 

Las escapadas a un río cercano no tuvieron consecuencias a pesar de las caídas entre los peñascos que servían de puente. Pero sí tuvo consecuencias el tratar de pasar una corriente a los diez años. Su fuerza lo arrastró torrente abajo,  y sus tíos no se dieron cuenta del percance. Luego, el niño contaba cómo se fue deslizando bajo el agua hacia la orilla agarrándose a las piedras del fondo del río, hasta poder salir del agua, mucho más abajo. 

Así solía ser el paso de algunos de la niñez a la juventud. Durante el verano, los días se llenaban de horas de piscina y descanso hasta la noche. No les importaba las caminatas del ir y venir por las calles de la ciudad, pues era parte del entretenimiento diario.

Nunca se esta a solas; se sabía del acompañamiento continuo del ángel custodio. ¡De cuántas peligrosas peripecias no lo habría librado semejante compañía! Este niño, como tantos otros, llegó su juventud a base de puros milagros. De otra manera no se explica cómo se libró de tantos  acosos y caídas, mortales algunos de ellos, si Dios no lo hubiera llevado de la mano en los momentos cruciales.





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