Para llegar a Lourdes se pasa por la humilde pobreza de ser nadie


Antes del año 1858, muy pocos sabían de la localización de la aldea de Lourdes. Pero una visita inesperada, lo cambió todo. Un año después, fallecía el santo Cura de Ars, un pueblecito cercano a Lyon, también en Francia,  desconocido, de apenas 300 habitantes, se había convertido en centro de peregrinaciones desde toda Europa.

En ambos casos, los hechos no se refieren a personas brillantes. Bernadette, la todavía niña de Lourdes, ni leer sabia. Pobre, sin prestigio alguno, recibe la visita de nuestra Señora, para retirarse después de 18 apariciones a la soledad de un convento. Las cosas salen, pero no como las imaginamos. Poco antes, una novicia de las Hijas de la Caridad, en París, Catalina Labouré recibe la "misión" de propagar las innumerables gracias que María estaba dispuesta a conceder por medio de su Milagrosa medalla. Juan María Vianney apenas podía con los estudios de seminarista, y se ordenó a duras penas, en otra diócesis, pues se consideraba un caso perdido. Y desde ese terreno aparentemente baldío, quiso el Señor iluminar el mundo entero.

Es decir, una y otra vez, lo ignorado de este mundo le sirve a Dios para hacer su obra. El caso de la Virgen de Guadalupe con Juan Diego, se repite en Fátima con los 
tres pastorcillos, y, antes, en la montañas de La Salette con dos pastorcillos.

Sin embargo, no todos están dispuestos a recorrer el camino de la sencillez para encontrarse con María.




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