En la vida no hay líneas rectas


Cuando leemos la historia de una familia, de un pueblo, de la política, del arte o de la Iglesia vemos que no se deslizan suavemente sino se mueven a base de trompicones, avances y retrocesos,  idas y venidas; pero, en el presente, acaban mostrando una efigie definida, aunque llena de cicatrices.

Por poner sólo un ejemplo, sobre la persistencia del bien...¡y del mal! Cuando se llega al Concilio de Calcedonia (451), la defensa    de la errática doctrina  del "monofisitismo" (una sola naturaleza en Jesucristo: la divina), había aparecido con fuerza, como un brote de la ya condenada  postura que negaba a María ser Madre de Dios (Concilio de Éfeso, 431) porque ella, decían,  lo era sólo de un hombre, de su naturaleza humana, pues no admitía su defensor Nestorio que, por tener también una naturaleza divina, fuera a la vez Madre de Dios. Desterrado por todos, este error se lo lleva  Nestorio a Persia, donde funda una iglesia independiente, y, hasta el día de hoy,  150 mil nestorianos todavía lo mantienen, y su patriarca reside en Kurdistán. Es decir, la línea recta no existe fuera de la geometría, y los errores, si bien hay que plantarles cara,  no se extinguen por real decreto, pues suelen quedar siempre rastros que, con diferentes fisonomías, aparecen una y otra vez. 

En política, la historia nos muestra la sucesión y alternancia de regímenes y formas de gobierno, incompatibles entre sí, debido al afán de novedades, a las promesas incumplidas y a ambición de unos cuantos. Desde los tiempos antiguos del pueblo judío, mil años antes de Jesucristo,  optan por un sistema monárquico, a pesar de las advertencias en su contra, olvidándose de su tradición de gobierno por los jueces. Luego, esos reyes les van a llevar al cautiverio y al ocaso. El imperio romano, después de conquistar la tierra, va a sucumbir ante la imposibilidad de controlar el territorio conquistado ante los continuos acechos de los diferentes pueblos llamados "bárbaros", réplica de las "barbaridades" instauradas en el mundo por ellos mismos.

También la vida personal puede resultar ser un torbellino, excepción hecha de aquellos, muy pocos,  que nos los han presentado como resguardados del mal desde su nacimiento. Llama la atención la vida de San Agustín, tan alejado al principio de los valores morales, se convierte, como él nos cuenta en sus Confesiones, en un caso ejemplar de quien puede enmendar su vida, después de dar mil vueltas.

No debemos perder la confianza. Siempre, digo, siempre, hay una curva en el camino donde, como a la Samaritana, nos espera la gracia, y la esperanza de empezar o volver a caminar por ese camino sinuoso.





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