El mal que aflige el mundo de hoy, no es la pandemia (no lo dice un experto)


Ojo con los expertos. Lo obvio, al definir el mal de nuestros días, se centra el la pandemia. No sin razón llevamos un año dándole vueltas a lo mismo. Todo se convierte en ocasión para hablar del tema: las conversaciones entre amigos y conocidos, los cambios debido a nuevos planteamientos profesionales, las decisiones políticas, y la escasez de salidas para el entretenimiento, la diversión y el descanso.

En fin, no acaban de cuadrar las oposiciones entre fe y razón. Mientras la filosofía se encierra cada vez más en esa mirada hacia lo obvio, al bienestar de la vida, frente al que la pandemia y sus consecuencias son un estorbo, la fe nos habla de las bienaventuranzas del hombre en la tierra: aflicción, pobreza, persecución, enfermedad, hambre y limpieza de corazón. ¿En qué quedamos?

No basta decir que un "experto" dijo, para anunciar después lo que a alguien le viene en gana. La regla primera para no errar, consiste en que si detectamos inconsistencias entre la fe y la filosofía, entre nuestras creencias y nuestra manera de pensar, debemos admitir que hay algo equivocado con nuestra forma de pensar, es decir, con la filosofía.

Las malaventuras de la tierra son, en apariencia, algo negativo, pero eso es el caso del que carece de fe. No se trata en las bienaventuranzas de castigar al bueno que trata de serlo, sino de encauzar la vida al fin. Por eso, el recordatorio constante de las bienaventuranzas consiste en desasirse de todo lo que impide ver el sendero que conduce a él.

Dada la naturaleza caída del hombre, la razón se enturbia. Se conoce que algo es verdad cuando así se ve. Sin embargo, se cree que algo es verdad cuando sabemos que Dios lo ha dicho. Este es el drama de toda la vida. No se deberían contradecir estas visiones, la de la razón y la de la fe, pero la razón a veces no alcanza a ver los planes personales de Dios para cada uno debido a entretenerse con otras cosas: todo es bueno, pero no todo conviene.

La gente sencilla, atraviesa por momentos de contrariedad significativos, como los demás, pero suele solventarlos con realismo, preguntándose: ¿esto qué es?, con una actitud abierta a una respuesta apta para la imaginación, sin pretensiones dialécticas o científicas. El justo vive de fe, y sin despreciar a nadie, acoge las propuestas aclaratorias de lo que va más allá de su razón y le sirve para descubrir el sendero de la vida. 

La fe, entonces, es el requisito para no errar y descubrir esa verdad necesaria y entender el mal que aflige el mundo, y afianzarnos en lo necesario, aunque cueste aceptar de entrada lo aparentemente poco placentero. 

Siempre hay un bien detrás de las apariencias del mal, como es el caso de la pandemia de nuestros días. Muchas cosas buenas están ocurriendo  ahora, y seguirán pasando, aunadas a la apariencia de mal. Jesús, cuando va a su pueblo con los discípulos, nos cuenta san Marcos, se "asombra" al despedirse de su falta de fe. Se habían encerrado en un racionalismo que les impedía ver a quien era su "salvación".

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