Aceptar la realidad..., lleva a la "felicidad"





Puede parecer anticuado hablar de realidad, cuando el relativismo campa a sus anchas, aceptado por grandes mayorías. Aunque no faltan quienes crean la realidad, en vez de aceptarla.

¿Por qué campa el relativismoI? Porque no compromete a nada. Si hoy dices esto, mañana puedes decir lo contrario sin dar ninguna explicación, sin que nadie pueda objetar una coma siquiera. La "libertad de expresión" ampara cualquier cosa dicha. 

La falta de compromiso con las ideas, con las personas, roza lo inverosímil. Fórmulas tradicionales, como la usada en el matrimonio: "Prometo serte fiel...hasta que la muerte nos separe", han pasado para muchos a ser un motivo decorativo más de una ceremonia plena de artificios no esenciales, aunque ocupen el primer plano.  

Pero el principal inconveniente de la realidad es, aceptarla. Empezando por nosotros mismos. Decir "somos nada" sería ya decir mucho. Basta con quedarse en el "somos", en el "soy". Incluso esta afirmación debería matizarse, pues no se es porque uno quiere, sino porque "hemos sido queridos". Es decir, porque alguien nos ha querido,produc "somos".

Esta dependencia suprema, lejos de sumirnos en un lamento, debe alegrarnos al máximo": ahí hay alguien que me quiere. No soy un "ser" a secas producto de la evolución, sino querido...para algo. No tengo valor alguno, pero soy, y soy querido.

Entonces, la vida de hombre debería aceptar esta realidad y embarcarse a buscar ese algo, el fin para el que soy querido. Es la gran aventura, sin eufemismos.

Y cuando uno se entera de que su vida no tiene fin, y que la felicidad es la única razón de ser, pues hemos sido creados por el amor y éste dura para siempre. Nadie sabe con certeza cómo va a ser tal cosa. San Pablo fue arrebatado en vida al tercer cielo, según nos cuenta en una de sus cartas, y no vio ni oyó nada que le permitiera entender su paso por ese lugar, pero su corazón no pudo apartarse jamás de la maravilla encerrada en tal experiencia. 

Lo malo sería permanecer en esta tierra para siempre. Dios al ver el estado en el que Adán y Eva habían caído, se dijeron entre ellos, las tres personas divinas: Vamos a echarlos de aquí, no sea que se les ocurra ahora comer del "árbol de la ciencia del bien y del mal" y vivan para siempre. 

A partir de ahí, y por un privilegio divino, se le permitió al hombre vivir un tiempo en la tierra, y ganarse el cielo, debido a los méritos del hijo de Dios, hecho hombre.

En efecto, nuestra "nada" es algo grande. Nuestro ser  ha sido elevado por el bautismo a la dignidad de hijos de Dios, y, por ende, "herederos" de ese cielo inalcanzable para el hombre. 

Por eso el Evangelio, donde se cuenta todo esta historia con detalle, es la "buena nueva", la gran noticia, esa noticia que los periódicos silencian.



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