La grandeza de alma de Tolstói y la excusa de no tener tiempo


León Tolstoi (1828-1910)



La gente importante, o que se cree serlo, ni siquiera se para a considerar la dignidad de esa persona que pasa por el lado, quienquiera que fuere.

Metido como está en sus cosas, en el requerimiento de otros, se le olvida ser solícito con los demás. Tengo muchas cosas que hacer, piensa. 

Quiero traer a colación la anécdota de aquel joven francés cuya vida era la música y estaba un tanto desencantando de las maneras de vivir y de pensar de la juventud de su tiempo, esos tiempos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Se  le ocurrió escribir una carta a Tolstói, nada menos. Este escritor ruso, autor de las obras Guerra y paz, y Anna Karénina, tenía 13 hijos y era el más afamado escritor de Rusia y, quizá también, de Europa.

Pues bien, esa carta no recibió respuesta alguna. Escrita en Francia, tardaría semanas en llegar a su destino en Rusia. Pero, un día, este joven encontró un paquete en su casa. Se sorprendió porque venía de parte de Tolstói. Y el abrir el paquete, encuentra una contestación a su carta de más de 30 páginas.

Este joven francés, en ese tiempo, era un don nadie, especialmente si se le mide con la talla del escritor ruso. Sin embargo, el escritor ruso, en la cima de su fama, apenas se tomó el tiempo, días quizá, para escribirle a ese desconocido que le había escrito una carta en medio de cierto hastío, desde miles de kilómetros de distancia, y, al que nunca vería en persona.

La anécdota viene contada por Stefan Zweig (18881-1942), y nos hace  pensar en la grandeza de alma de Tolstói,  y en el encumbramiento fatuo de quienes a la hora de ocupare del prójimo, como en la parábola del samaritano, voltean la cara hacia otro lado.


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