Ese momento especial de la vida interior

 


En la vida de todos los santos hay un  momento, según ellos mismos nos cuentan, donde las mismas cosas de ayer dejan de tener la importancia, el relieve, de antaño. Desde Abraham hasta el santo más reciente --Carlos de Foucault--, por citar uno canonizado hace apenas un par de semanas por el papa Francisco. En el caso de Abrahán, tenía 75 años cuando Yahvé le dijo: "Vete de tu tierra (Jarán), de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré (Canaán)". Es el momento preciso de su "llamada". Y Carlos de Foucault, cuya conversión, después de una vida disipada, se da en la noche de Navidad de 1886. Son momentos precisos, inolvidables, y no estaríamos lejos de la verdad si se afirma estos momentos cruciales en la vida de cada persona.

La razón de tal cosa reside en quien crea, llevado por el amor a las criaturas. El amor divino no se apaga nunca, y no cesa de llamar de una manera inconfundible a cada uno.  Cuando una persona recibe el ser se debe a un plan específico de Dios; no hay una sola criatura nacida por casualidad.Cada quien, es querido para desarrollarse cumpliendo un plan específico. No sobra nadie.Y mediante la realización de ese plan concreto, cada cual el suyo, se llega a la felicidad, pues ésta no se logra directamente sino como resultado de haber cumplido la encomienda particular.

Esta maravilla se entiende mejor al considerar esa decisión divina de traernos al mundo. Si Dios fuera una sola persona, quizá se podría pensar en una decisión sesgada del creador; pero, no, son tres persona distintas, y desde la eternidad, desde siempre, decidieron nuestra presencia real para ser felices junto a ellos por toda la eternidad. 

El ruido desde luego no ayuda  a escuchar la "llamada" personal, pero se da a pesar del ruido. Nadie se podrá presentar en su presencia diciendo: Mira, no oí nada; no me llamaste. Sabemos que Dios es bueno, por esencia, y quiere que todos los hombres se salven. De esto no hay duda. Ahora bien, sí es cierto que hay personas que no quieren aceptar esta llamada a la felicidad. Es el conocido reclamo a santa Teresa: "Yo quise, pero lo hombres no quisieron". 

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