En Roma el hombre no sólo vive de fe


Cuando se visitan las grandes ciudades de Europa se vislumbra el significado de la tradición, lo cual no es poca cosa. Este sería el caso de Roma, la llamada Ciudad Eterna. 

En efecto, son miles de años los vividos por esta ciudad y así quedan plasmados en sus edificios, calles y plazas por doquier. La falta de aceras en los corredores adoquinados  se ofrecen sin discriminación alguna a viandantes, motocicletas y coches. Cualquier punto es bueno para poner unas cuantas mesas y sillas para sentarse y tomar un café o una comida, mientras los coches pasan casi rozando las esquinas de las mesas en un alarde de pericia y avasallamiento sobre una superficie de adoquines negros lo suficientemente separados para dar continuidad a la calzada y para recoger el polvo y las colillas de los transeuntes. Pero en la estrechez de estas callejuelas siempre repletas de gente, en algunos establecimientos se forman largas colas de espera para acceder a uno se esos lugares donde se sirven desayunos y cenas durante todo el día. 


La gastronomía de esta ciudad se surte de todo el repertorio de platos guisados a base de pasta, el alimento por excelencia de estas tierras italianas, si bien, dejan lugar para sabrosos platillos de carne, y, al final, postres y helados de una calidad extraordinaria.

Pero las largas filas no se quedan sólo en torno a ciertos restaurantes famosos por la calidad de su menú; las hileras de gente, contados por miles, se dan también en El Vaticano, lugar de visita obligada para creyentes, curiosos y ateos. La plaza de San Pedro, adoquinada también, reúne al gentío debido a la fe, a la tradición plasmada en arte y la curiosidad de algunos  visitantes y turistas quienes con sus celulares no cesan de fotografiar cuanto sale a su paso, aunque no sepan de qué se trata.

Vemos entonces cómo el camino de la fe y la tradición en el caso de la Ciudad Eterna,  acoge a todo tipo de personas, unas ya cansadas de tantos meses de pandemia, otras, precisamente por ella,  en busca de un remedio sobrenatural para sobrellevar las consecuencias de un encierro prolongado unido al placer gustativo de alimentos apetecibles en la vieja ciudad de Roma.

Por eso, la fe  se trenza con la gastronomía, el arte con la historia, peregrinos y turistas en esa urbe milenaria capaz de reunir intereses dispares para dar de esta manera vida a los habitantes entregados a sus quehaceres día y noche, y, así,  de esta forma, alegrar el alma y el cuerpo de quienes buscan en la ciudad, remedio a sus deseos de disfrutar de su encanto.


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