Fiarse de alguien


Una de las posiciones más difíciles para el hombre, quizá sea el no fiarse de nadie.

La otra, la incapacidad de pedir perdón o concederlo.


En el fondo, ambas posturas se unen. Y remiten a la soledad. Al encuentro con sólo uno mismo.


El resultado de esta postura, querida de alguna manera por el hombre, es el miedo.


El hombre tiene miedo a quedarse consigo mismo. El silencio, donde se gesta la reflexión, apenas se logra. La conciencia, que es el órgano de la voz de Dios, que no se olvida de pastorear a sus creaturas, no se escucha.

Por eso resulta tan difícil la obediencia. Esta palabra viene del prefijo ob  (de) y del verbo audire (escuchar). Es decir, obedecer se deriva de la escucha.

Va a resultar difícil encontrar el camino que cada quien tenemos asignado si no se escucha la voz de Dios en nuestro interior. En vez de hacer su voluntad, hacemos nuestro capricho. 

Cultivar espacios y tiempos para vivir en silencio, puede ser un gran alivio para el alma, que, como la paloma enviada por Noé vuelve al arca con un ramo de olivo en el pico, señal de que había lugares donde reposar.

El silencio lleva al reposo y a descubrir los caminos del alma, serenamente. Pero para ello, hay que fiarse de alguien, ese alguien a quien se escucha en medio del silencio.





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