El miedo y la fe

La raíz de miedo es la falta de fe.

En un pasaje del evangelio sobre la galerna que se levanta en el lago de Genezaret mientras Jesús dormía en la barca. 

Lo despiertan, porque las olas saltaban por encima de la barca.  Quienes reaccionan así eran profesionales de la pesca, precisamente en ese lago, y conocían bien cuando un verdadero peligro les acechaba.

Jesús se incomoda. No tanto porque lo habían despertado sino porque sus discípulos tenían miedo.

Jesús asocia el "miedo" con la "carencia de fe". ¿Qué vínculos se dan en la relación entre estos dos conceptos?.

En principio, no se ve una relación sobresaliente. Sin embargo Jesús se enfada al ver que no tenían fe. Aquí se puede intuir que la fe se le da a quien se abre a ella. Es un don divino que no se niega a quien responde a la llamada que Dios hace el hombre.

Sabemos que los apóstoles lo habían dejado todo y  habían seguido la llamada del Mesías. Por tanto, la falta de fe es una culpa personal. Dios a nadie niega su fe. Ellos, teniendo a Dios delante de sí, no reconocen su divinidad. Ante la borrasca, las dificultades, se viene abajo su fe. Y comienzan a gritar: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Ellos, elegidos específicamente por Dios mismo, piensan, en medio de la tormenta, que Jesús los ha olvidado. Si no, ¿cómo explicar su sueño? Jesús no se hacía el dormido; dormía profundamente. Esta escena nos habla también, indirectamente, de su cansancio.

Pero, y de la relación entre miedo y fe, ¿qué podemos decir? Si la fe es un regalo de Dios, por medio del que nos muestra el sentido de nuestra vida, al responder que sí a la llamada que nos hace para siempre, y sabemos, además, que junto a esa llamada, Dios proporciona los medios para amar su voluntad y llegar al final del camino, la serenidad personal es el resultado de conocer esta verdad. 

Entonces, sabiéndonos en manos de quién estamos y la misión que nos ha encomendado, que no puede fallar, aunque parezca que todo se hube en nuestro derredor, no podemos desesperarnos si conocemos que Dios está siempre a nuestro lado.

Por eso viene el enfado de Jesús, que se transparenta también en otras situaciones parecidas, cuando les recrimina de nuevo su falta de fe, a pesar del tiempo que llevaba con ellos.

Como ya hemos dicho en en otras ocasiones, el miedo en su plenitud es la soledad radical, que viene de la ausencia de Dios. Pero no porque Dios se haya marchado, sino porque la incredulidad nos conduce a no querer creer que está cerca.

El mal entonces se erige con toda su fuerza. Son los que quitan la vida a un inocente (como estamos viendo estos días); por consiguiente, el bien es el extremos opuesto, el que siendo inocente da la vida por quienes le ofenden.


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