La interpretación de la vida

Sin duda, cuando nos acercamos a alguien, ya tenemos alguna concepción de ese "sujeto". Bien por su modo de moverse, de vestir, por encontrarse en un ambiente determinado, nos asomamos sin querer a la vida de otro personaje.

Si presuponemos "cosas" de nuestro potencial interlocutor, como gente de bien, estaríamos obligados a comprobar nuestros presupuestos, para no descansar en presuposiciones arbitrarias, siempre incómodas, como ocurre fácilmente cuando saltamos de una cultura a otra, o de un grupo de amigos a otro. 

Al comprobar la ausencia  o la presencia de un determinado modo de actuar o de pensar de las personas en un encuentro, se puede tomar como una "carencia", un "déficit" de algo, y salta la pregunta enseguida sobre su "legitimidad", es decir, si el registro de nuestras observaciones se justifica de algún modo de acuerdo con los criterios personales, asentados en el tiempo de convivencia en un medio específico.  

Por ejemplo, algunos de los españoles llegados a América llegaron a pensar en la "carencia de alma" de los indígenas para explicarse sus conductas, observadas en los diferentes actividades de la vida diaria. 

Les resultaba fácil comprobar esta interpretación, pues, si los tales indígenas hubieran tenido  alma, se comportarían como nosotros. Cuando la reina de Castilla, Isabel, y los misioneros, desautorizaron tal interpretación, surgió otra manera de interpretar la conducta de  los nativos, consistente en atribuirla  a su "carencia" de fe en las verdades católicas más elementales. Como consecuencia de tal atribución se justificaba la puesta en marcha de una "evangelización" de tal manera que, ahora sí, pudieran salvar su alma.

Fue así cómo, por seguir con el ejemplo de las culturas distintas, se fueron probando sobre el terreno las  interpretaciones varias de las visiones particulares de cada quien habidas en ese encuentro, un proceso inacabado, siempre abierto, hasta nuestros días. 

El no hablar el mismo idioma, el color de la piel, el seguir con un sistema de aplicación de la justicia basados en decisiones comunales, son algunos de los escollos difíciles de superar cuando se trata de explicar nuestro conocimiento de hombre, su naturaleza y las conductas observadas. Resulta fácil concluir en este ejemplo, entonces, los "indígenas" son así o asá, o los "invasores" de hace quinientos años no han cambiado en nada sus modales, según lo mire cada una de las partes en la interlocución.

Cualquier proceso de interpretación se ve por algunos como la subida a la cima de un monte. Después de un paso, se da otro, con la experiencia obtenida en el anterior, y este nuevo avance descalifica o aprueba el curso del ascenso. Lo que resulta imposible es quedarse en el mismo lugar. Cada paso  resulta en la posibilidad de una mejor interpretación del camino seguido en esa escalada hacia una cima inexplorada, hacia una verdad que se derrite como la nieve bajo la pisada del escalador. Una tesis sucede a otra, y queda lugar para nuevas interpretaciones, nuevos pasos hacia una cumbre perennemente envuelta en la bruma.

Pero si este "pasear" por el objeto de nuestra escalada parece no tener fin, aun en el caso de los escritos de autores contemporáneos, el paseo se torna más arduo cuando se acometen cimas lejanas en la distancia del tiempo.   Es como interpretar las versiones del itinerario cubierto hace miles de años por los primeros pobladores del continente hoy americano, procedentes de Asia o de las islas del Pacífico. ¿Cómo y porqué llegaron?

Si se inicia el "paseo" partiendo de un avance terrestre continuado, se deben encontrar soluciones al estrecho de Bering y remontarse a las expediciones de este explorador danés del siglo XVIII para probar si Asia y Norteamérica estaban conectadas por tierra. Asimismo, si los primeros habitantes provinieron de las islas del Pacífico, se debe probar la factibilidad de este viaje en las barcas rústicas de esos tiempos. 

Y en esas estamos. El asentamiento de una experiencia específica sirve de base a una interpretación nueva, debido al avance de la ciencia, a nuevos descubrimientos, a un "enderezar entuertos" de posturas  pasadas. Bástenos saber que la altura del monte Everest no es de 8.848 metros, según estudiamos en nuestros días; ahora mide más o menos según los métodos de medición. 

A cada conjetura asentada se sucede otra y otra más: un "nuevo horizonte".  Es la "negatividad de la experiencia" como la llamaba Hans-George Gadamer, y así descubrimos  su "sentido productivo".

La ventaja de esta forma de pensar consiste en rebajar los humos a quienes creen ya saberlo todo y se pronuncian con todo dogmático a lo que creen saber. Por otra parte, esta procesión inconclusa del saber, si bien impide el dogmatismo desalienta el saber. 

Nunca se acaba de saber algo porque, ahí, hay o puede haber una nueva interpretación de la vida. Sí, pero sabemos algo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra