No es bueno que el hombre esté solo.

El hombre ha hecho desde el principio lo básico de acuerdo a su naturaleza: Establecer lazos.

Desde el claustro materno, el nonato se mueve libremente con la seguridad del lazo umbilical unido a la madre.

Y de diversas maneras, el desarrollo del hombre se puede traducir a una serie de vínculos más o menos estables, hasta que alcanza la madurez en sus relaciones y se afianza a ellas mientras la vida dure.

Casi se podría repasar la historia del hombre según sus relaciones. Por tanto, no resulta exagerado admitir que el hombre es un ser en relación. Y que la carencia de relaciones estables, la soledad, se convierte en una especie de infierno para el ser humano. De hecho, se visto la "condenación" como la privación de toda relación, la soledad absoluta. Y desde el principio se aclara la conveniencia de que no es bueno que el hombre esté solo.

En esa línea,  se advierte la preocupación del Jesús por la oveja perdida. Esa soledad acerca a la muerte. Se puede estar rodeado literalmente de gente y permanecer estar solo. La falta de interlocutores interesados de verdad en el estado anímico de las personas a su lado, conduce a sentirse solo, como le sucede a la princesa Anna Karénina, y, en este caso, al suicidio. Tolstoi, el autor de la obra realista mejor evaluada en la historia, desemboque siguiendo el curso de los errores de su vida, en un entorno indiferente, bajo los vagones del tren,  quitándose la vida, como un Caín moderno.

No en vano vemos a Jesús recorrer las aldeas y poblados de su tierra para establecer y estrechar lazos con sus habitantes, pues andan "como ovejas sin pastor". Muchas veces no saben quién es él. Su creador pasa entre ellos como uno más. Una persona divina con un cuerpo humano.

Jesucristo amaba su humanidad y a los humanos. A la hora de hablar de la eucaristía en Cafarnaum les habla de "comer su cuerpo y beber su sangre". No le entienden. Se escandalizan. Bien podría haberles puesto el asunto más fácil y hablarles de recibir su "espíritu", el espíritu divino. Al fin y al cabo, el espíritu de Dios "aleteaba  por encima de de las aguas" al crear el mundo. Y ese Dios permanecía invisible junto al  pueblo judío. Creían en él.

Hasta el momento de su discurso en la aldea donde residía después de mover su residencia desde Nazaret. Allí veían sólo un hombre, hablando de comer su "carne". No presenta el gran acontecimiento de la historia, la eucaristía, necesaria para la salvación, según la visión humana de aquel pueblo, "duro de cerviz".

Habla Jesús de su cuerpo y de su sangre, dejándonos lo que más quiere: su parecido con nosotros, y con María, su madre. Podía muy bien darnos su "persona" como alimento, esa persona divina, hija de Padre, capaz de operar en nosotros la transformación necesaria para entrar en el cielo. Pero no.

Gracias a ese cuerpo,  seremos salvados. La permanencia divina entre nosotros desde entonces, se materializa de una forma inesperada. No hay nada semejante en la historia. Entonces se crea el "lazo" más entrañable: al "comer" ese  cuerpo, nos hacemos  él. Ahí esta el detalle de nuestra transfiguración.

Para Dios no hay imposibles. Puede incluso amar y salvar a una pobre criatura, a un pobre hombre.

Aquí está el "modelo" secreto  para conseguir un mundo global: convertirse en comunidad. Decir "global" se queda vacío de realidad; quizá sólo en intenciones. 

Ser capaces de estrechar lazos. Somos, no se olvide, seres en relación. No podemos dejar sola a Anna Karénina. "No es bueno que el hombre esté solo".










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