La verdad en periodismo. Un malo no puede ser buen periodista.



Ryszard Kapuscinski (1932-2007).
Gran periodista polaco.




No nos preocupa tanto las diferente definiciones de verdad dadas en la historia del pensamiento. A veces parece todo tratarse de un juego intelectual para personas sin un quehacer más allá de las disquisiciones planteadas entre colegas de un tiempo concreto.

Por ejemplo, cuando el señor Tarski filosofa en el primer tercio del siglo XX y nos define el concepto de verdad como "un acuerdo con los hechos" puede o no levantar un cierto revuelo en ciertos círculos de teóricos, como lo fue en su día  las modificaciones a los conceptos de "espacio" y "tiempo" a causa de las teorías de Einstein.

El hombre de la calle sigue sin preocuparse por estas nuevas concepciones. Su reloj le dice cuánto tiempo necesita para ir de su casa al trabajo, excepto cuando se dan los embotellamientos de tráfico.

Pero sí nos preocupa cuando Charlie Beckett, periodista y profesor de media en la London School of Economics, al observar al hombre de la calle, a los lectores de los diferentes media, afirma su ligereza a la hora de definir verdad y falsedad. "La verdad (según su percepción de los puntos de vista de los públicos) nada tiene que ver con los hechos". Y consideran falsa aquella noticia con la que "no están de acuerdo".

Este hombre de la calle, se guía por la vida según le "parece". El subjetivismo ha dado marcha al relativismo. Las cosas son según nos parecen. No son algo "en sí mismas". Su "ser" se lo da el observador, a partir de sus concepciones particulares. No está mal. Ya no se requiere investigar para conocer las cosas. Son o no son si están de acuerdo conmigo.

No en vano las redes sociales congregan a quienes piensan de la misma manera. Hay una cierta congruencia con este comportamiento social. No vale la pena perder el tiempo con nociones ajenas a mi manera de pensar. Ante este estado de cosas, se asombraría el político, diplomático e intelectual español, Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002), autor de El crepúsculo de las ideologías (1965). Después de medio siglo vemos cómo, al contrario de esta tesis, la falta de convicciones acendradas en los valores del espíritu,  ha llevado a Europa a un vaivén de posturas ideológicas, más allá de las clásicas vigentes durante el siglo XX, donde se podrían bien englobar todas bajo la bandería de la conveniencia.

Cuando el periodismo incursiona en la ahora llamada "posverdad" (palabra ya aceptada en el diccionario de la RAE), se cae en ese juego donde el capricho personal sustituye a la verdad. Las cosas ya no se llaman por su nombre. A veces bajo amenazas y con violencia.

Por supuesto, "nada hay nuevo bajo el sol". El pueblo judío, al descuidar el sentido de los los 10 Mandamientos, resumibles en dos, había creado ya en tiempos de Jesucristo, más de 600.

Los nombres ya no significan las cosas, como solía ser, por lo menos desde Aristóteles. Ahora el uso define el significado. Mal cuento. 

El capricho ha sustituido a la ideología (por mala que ésta fuera, algo era). Emmanuel Macron, por ejemplo,  no se sabe en dónde está, aunque esté celebrando el París el 14 de julio.









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