El triunfo de la verdad



Flores del desierto.










La esperanza del hombre cabal consiste en la paciencia sostenida en la verdad.

Importa poco observar el mundo lleno de corrupción, aunque no sea total. Siempre hay una chimenea por donde se puede respirar el aire puro del porvenir. La fe se define así: un sí sostenido, a pesar de los pesares.

Cuando se dice, esta cuestión tiene muchos bemoles, se refiere a encararse con un problema quizá irresoluble. Al descender del , de la afirmación sin duda alguna,  se entra en la telaraña impenetrable de las dudas. Por eso no se puede afirmar nada, y se descansa en lo dicho porque no se sabe cómo afrontar el y sostenerlo durante toda la vida. Apenas rozaba este asunto aquel filósofo austriaco al final de su vida: lo más importante de mi obra es lo "no escrito", para referirse a "la ética y la religión".

Por estos lares debía caminar santa Teresa (1515-1582)) cuando se repetía "aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera". Sentía la debilidad  humana junto a la fortaleza divina a la hora de perseverar en lo arduo del camino, cubierta por los pesados y burdos hábitos de carmelita, a pleno sol, por los campos de Castilla. Sólo el el tamiza del amor ayuda a dar los pasos necesarios día a día y a componer son elegancia  su vida e verso.

Cuando vemos a los intelectuales contemporáneos decir "la matemática no se fundamenta sobre nada", o "la metafísica es una paradoja", o, refiriéndose a las palabras, proponen: "no busquéis su significado, buscad el uso", o que "la filosofía es visión" nos quedamos pensando pero sin saber de dónde agarrarnos. Nos preguntamos si pasar la vida de rama en rama, sin ser ruiseñor o ardilla, entre gorjeos dando "tantas idas y venidas" según la fábula de Tomás de Iriarte (1750-1791), será de "utilidad" alguna.

La verdad tiene raíces en el ser, aunque para expresarla debemos recurrir a parihuelas, pues siempre le falta algo...más. Las cosas más simples se nos escapan de las manos, y las complejas nos rebasan sin remedio. De los dinosaurios sólo nos quedan restos, y con ellos armamos idealizaciones en concreto, para encerrarlas en museos y en bosques de película. Lo más simple, como el alma, como algo mínimo, invisible, es lo máximo. Y los dinosaurios, lo mínimo; tan es así que han desaparecido, pesar de su tamaño.

Por consiguiente, la especie a salvar, pues si ella se pierde todo se pierde, es al alma. Es lo máximo aunque no se vea. De ello depende la preservación de la especie, nuestra trascendencia, para siempre. Educar es aprender a ser humano, incidiendo en la libertad de ese alma donde se forja el perfil del bien conocido, volviéndolo a recordar, una y otra vez.

¿Cómo? Hay que adentrarse en los senderos del amor, como hacía santa Teresa. Ayuda a encontrar flores en el desierto.




















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