La puerta trasera (historia): Señora del Refugio



Al fondo, detrás de María, se halla la puerta trasera, que conduce a la salvación.








Cuando uno se mira por dentro, a fondo, y ve su vida en una fracción de segundo, da la impresión de que no tendremos escape a la hora de la verdad. Cara a cara con el Salvador, no habrá excusa que valga.
Todo ocurrirá en un instante. Frente a un espejo sin mácula, aparecerá cada acto personal bueno y los menos buenos y malos. Frases como "mi mamá me dijo", "yo no sabía", dejarán de tener sentido. Pensamientos, palabras, obras, omisiones se agolparán sin tonalidades grises, como fueron.

Lo más inverosímil de ese proceso instantáneo consistirá en la plena adhesión de la voluntad con las obras. Frente a lo grave, no habrá arrepentimiento alguno; el sujeto se plantará en su obcecada conducta y, si bien reconocerá su gravedad, se adherirá a ella por siempre. Como no hay tiempo en ese estado, no habrá cambio posible, no habrá arrepentimiento porque no se querrá aunque se pudiera.

En otros casos, al ver las manchas no queridas, pero cometidas, con pesar y confianza a la vez en el veredicto, se verá la posibilidad de pagar por esa limpieza general, antes de dar el paso definitivo hacia la contemplación "cara a cara" de ese Salvador, quien mirará a esa criatura, conocida y querida en la existencia desde el principio, con ternura infinita, a la espera de su total rehabilitación, blancura. 

Pero hay otro sendero, conducente a la visión beatífica inmerecida o a ese purgatorio también inmerecido. Se llama la puerta trasera. Nadie conoce ese camino. Nadie puede llegar a él. Sólo una persona entre millones y millones, sabe transitar por él. 

Escondido como está, esta persona lo recorrió una vez, con su hijo recién nacido en brazos, acompañada por un varón de la "ciudad y casa de David", un tal José. Perseguidos por el maligno encarnado en la figura de un reyezuelo, en el camino de paso entre la tierra de Israel y Egipto, mientras el varón descansaba, la mujer vio una luz, al fondo del refugio donde iban a pasar la noche.

La senda iluminada conducía a una visión inimaginable. Una puerta pequeña,  pero suficiente, se abría para mostrar en qué consistía la felicidad, fuera del tiempo  y del espacio. Esa puerta quedaba al fondo de la cueva elegida para pernoctar, imposible de ver sin esa luz clara aparecida de no se sabe dónde.

Con el tiempo, esa mujer entendió la visión. Se trataba de la puerta trasera para entrar en la salvación. Y nunca contó  a nadie de esa vereda. Por eso, cuando ella fue arrebatada al cielo, en cuerpo y alma, conservó el secreto. Y a quienes le han sido devotos en la tierra, teniendo algún detalle pequeño con ella, a la hora de la verdad, sin saber nadie cómo, los escabulle y pasa de las largas colas a esa vereda oculta sólo conocida por ella.

Entonces, se cuela con los hijos fieles y les premia con un purgatorio inmerecido o con el cielo impensado. Incluso se ha oído decir de quienes estaban al borde del abismo, que una mano gentil y un rostro sonriente los arrancó de esa caída sin vuelta de hoja, sin regreso posible, a un estado de esperanza. 

Y cuentan, que todo se debía al haber rezado con devoción unas  "avemarías" en su juventud. Todo gracias, decían, a la Señora del Refugio, cuya fiesta es hoy. El Refugio se debe al hecho de ser la Omnipotencia Suplicante delante de ese pequeño niño que llevaba en su seno cuando huía con aquel varón de la casa de David, del reyezuelo que buscaba su muerte.

Ahora, ese pequeño niño es el Señor del Universo, y debe pasar por alto, haciéndose de la vista gorda, cualquier cosa que su Madre, María, le pida.

Por eso, sonríe cuando todos los "colados" entran por la "puerta trasera" del fondo del Refugio.

¡Ah!, y ésta podría convertirse en  una historia real. Sólo es cuestión de rezar una cuantas "avemarías".






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