El amor es la única salida
La vida de María Magdalena nos es desconocida. Sin embargo, hay un momento crucial, desvelado delante de todos. Todos esos, ya la habían juzgado. Era la "mujer pecadora". Ella, sola, en silencio, de rodillas, llora y enjuga con su cabello los pies del Señor.
No hace caso de las burlas y reproches, expresados en alta voz o en las cavernas de sus corazones pervertidos, y en su llanto lleno de valentía, María se postra delante del único quien puede conocer su vida y perdonar sus pecados.
Es una mujer inteligente, porque sabe delante de quién está; es una mujer humilde, porque no le importa el qué dirán cuando va a realizar algo recto, el acto más sublime de su vida; es una mujer valiente, porque se atreve a confesar su vida y a arrepentirse.
Claro, el receptor de tal entrega, lejos de repudiar la intromisión valiente de aquella mujer en una sala reservada en ese momento sólo para los hombres, se encara con los invitados a aquella comida, y, en alta voz, les dice: "Sus pecados le son perdonados"... (y aquí viene el punto crucial, repetido por el Señor muchas veces durante su vida pública), "porque amaste mucho".
El amor resuelve todas las cosas. Como a Pedro, después de la triple negación, sólo le pregunta una cosa, la misma cosa tres veces: "¿Me quieres?". La puerta del amor es la única separación con la vida, es decir con el amor. San Agustín, siempre un paso adelante de los demás exégetas, se atreve a proponer: "Ama y haz lo que quieras". Y él mismo cierra con el "etiam peccata" (incluso los pecados), añadido a la frase paulina: "Para los que aman a la Señor, todo es para bien". Resulta un atrevimiento singular, de quien ha experimentado el cariño de una acogida como la del "hijo pródigo", a los 33 años de su vida.
El amor es un sí sostenido.
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