Cuando la corrupción toca a la puerta

Un entrañable amigo me contaba sobre un café mañanero, una de sus recientes cuitas sobre la corrupción, vivida en carne propia.

Era una mañana apacible y el timbre de su residencia sonó varias veces. Al abrir la puerta, un sujeto mal encarado, le entregó un par de pliegos escritos con letra diminuta, sobre unos adeudos con el servicio de agua de la ciudad. En otras palabras, se trataba de una multa por recibos vencidos hacía ya cuatro, cinco y seis años, proveniente del gobierno. Tenía seis días para arreglar el asunto o, de lo contrario le cortarían el suministro de agua.

Lo raro de este asunto se debe a la tardanza del aviso. Sólo un pésimo administrador esperaría un lustro para dar este tipo de avisos. Pero lo desquiciante de esta situación era la falta de servicio por parte de la "oficina de correos". En su casa, me decía, se paga puntualmente todo recibo dentro de los límites establecidos. Pero no podía pagar cuando no sabía si el recibo bimestral del agua no había llegado. A esa dependencia de "correos", también gubernamental, no se le podía decir nada: cuando se daba una queja, el cartero tomaba la revancha. Las felicitaciones navideñas se entregaban en semana santa.

Al llegar a la oficina indicada para aclarar el porqué de los viejos y salteados recibos de agua impagados, había colas. Después de tomar un número, una señorita le avisaba sobre la inoperancia del tablero indicador del turno. El número nunca se cambiaba: el mecanismo estaba descompuesto. Entonces, cada quien debía saltar a la primera ventanilla libre, pues no quedaba claro el orden a seguir.

Por fin, otra señorita le indicó a dónde dirigirse. La receptora tenía cara de sota de bastos. Le saludó de rigor y al mostrarle el aviso comenzó a decir que los atrasos tenían recargos, sin especificar el monto, si bien daba la cifra total debida: el equivalente de once bimestres, más o menos, de deuda. Al pedir la aclaración por la falta de avisos más puntuales, repitió una y otra vez la necesidad de cumplir por ley con lo estipulado.

Tenía el amigo una tarjeta de los llamados de la "tercera edad", a quienes les corresponde un descuento. Pero, la tarjeta no bastaba. Debía cumplir con siete pasos para conseguir toda la papelería que avalara lo declarado pertinente por quienes habían expedido la "tarjeta". Podía llevar meses el finiquitar esas gestiones.

Después de realizar el pago, el amigo solicitó un comprobante de no tener más adeudos, con el fin de evitar el pago de otro reclamo inexistente reclamado en un futuro comunicado de gobierno. Como todo está es su "sistema", según le aclararon, no debía temer. Pero, para darle ese justificante de "no adeudos" se requería una copia de la "identificación" personal. Una identificación no solicitada a la hora de hacer el pago, pero sí al momento de reclamar el justificante de "no adeudo".

Para hace esa copia le reclamaron el equivalente a 10 dólares. Este amigo les hizo notar la leyenda de un poster exhibido en las oficinas, donde se indicaba el "servicio gratuito" de todas las operaciones realizadas. Entonces, la empleada lo mandó a un lugar donde le pudieran hacer una copia del documento solicitado, fuera de la oficina.

Cuando nos acabamos el café, vimos la sombra de la corrupción reptando y extendiéndose por cada rincón. Nadie tenía derecho a nada. Y, si lo tiene, se le llena de obstáculos casi insalvables para así invalidar el derecho. Resolver todos los obstáculos, acarrearía una pérdida de tiempo incalculable.

Pagué los cafés y mi amigo apenas se dio cuenta; tan preocupado estaba con su pequeño asunto, problema surgido de la nada, en un día cualquiera,  venido a crecer como una montaña y arruinar el curso de una mañana normal.



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