La memoria del corazón: verdadero recuerdo

Al ordenar las cosas, dejadas por ahí, unas encima de otras, en cajas y estantes, van desfilando detalles casi olvidados, es decir, por no tenerlos en presencia continua debido al desfile de registros nuevos nacidos de la convivencia y el roce de la vida diaria.

Lo más interesante de los recuerdos no es su apego a la memoria, sino al corazón. Al pasar página, la memoria de lo reciente tiende a expandirse ocupando mucho lugar, y, las cosas de ayer, apretujadas, van cediendo sitio a la invasión, donde la importancia del ahora se establece sin contar con el valor de lo añejo.

Pero, para el corazón, basta un ligero roce del ayer y reverdece su recuerdo, tan vivo como si fuera en acto. Y sin hacer ningún ruido perceptible, llena de luz el ambiente ayudado por el corazón. La memoria languidece, dicen, con el paso de los años; el corazón, no. Descansa paciente en un sueño sin sueños, pero, al menor roce del ayer, se pone "garboso", dispuesto a revivir, no a recordar, el momento aquel donde sus sentimientos tendían raicillas hasta el espíritu.

El afecto espiritual, nada vano, no envejece. De ahí la presteza de algunos mayores a comportarse en su avanzada edad, a la manera de jóvenes adolescentes, pues se instalan sus pensamientos en el recuerdo vivo, emanado de la vida viva, renacido hoy.

Por eso hay una abismal diferencia entre la memoria del recuerdo del corazón y la memoria de los sucesos, de la historia, de las fechas, de los encuentros. El recuerdo del corazón se enreda en el espíritu, y como las vides en auge, surca los aires en busca de un algo estimulante, para volver a trepar por la estaca de la vid. Mientras la memoria histórica, repleta de datos sin fin, casi no respira debido a la intrusión de una aportación recogida del paseo de la vida.

Tener buena memoria, se dice, se refiere a los datos, a la biografía histórica, desentendida de la vida del  espíritu. Recuerda, quizá, cada ves menos, lo que pasa; pero no registra lo que de verdad queda. A eso nos referimos con la memoria del recuerdo, donde el tiempo no importa.

Es la anamnesis. Ese volver a recordar, donde siempre aletea la juventud, el "divino tesoro" de Rubén Darío.  Mientras la memoria de los datos se encuentra en el alma, la memoria del corazón descansa en el espíritu.



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