Iglesia católica: persecución y muerte, ¿por no "adaptarse" al mundo?

"¿Con que autoridad dices esas cosas?"

Este reclamo viene desde el tiempo de los judíos cuando interpelaban a Jesús, un hombre de su mismo pueblo.

Las prescripciones judaicas habían crecido a más de 600. Moisés se limitó a entregarles sólo los 10 mandamientos. Pero, escribas y fariseos los habían desarrollado hasta hacer  imposible la vida diaria. No es de extrañar que un fariseo, doctor,  le pidiera aclarar  a Jesús sobre el "mandamiento más importante de la Ley". No era ociosa la pregunta, incluso venida de un experto.

La respuesta se reduce a  dos mandatos: Amar a Dios y amar al prójimo. De esta manera, los expertos en casuística moral y religiosa quedaban desacreditados en su continuo "poner cargas pesadas" sobre los hombro de la gente sencilla, que "ellos mismos eran incapaces de llevar".

La "persecución" contra la Iglesia, es decir, sus fieles, no ha cesado desde su nacimiento. Conforme avanzan las formas de corrupción "moral" (valga la redundancia, pues si algo corrompe es la inmoralidad), se palpa la saña de los ataques, incluso en países y zonas de consolidada tradición católica. Por ejemplo, en México, acaban de poner un "artefacto explosivo" (léase bomba) en la sede episcopal de los obispos mexicanos en la ciudad de México, donde su Jefe de Gobierno, Mancera, dice que no pasa nada.

Este ataque se suma a los 18 sacerdotes asesinados en los últimos años, en una escala mucho mayor a los ataques en Oriente Medio y otros países africanos.

La razón siempre será la misma: "la sociedad quiere que la Iglesia se acople a las ideas tipo standard predominantes en el mundo", como afirmaba rotundamente el cardenal J. Ratzinger en La sal de la tierra, (1996), por juzgarla "pasada de moda e incompatible con la modernidad".

Es la dictadura de la "opinión pública", forjada hoy en los oscuros burdeles de connotaciones masónicas; ayer, en las diferencias cismáticas religiosas; y, en el principio, en las culturas llenas de dioses "hechos por la mano del hombre" para complacer sus caprichos.

Entonces, el ama a Dios sobre todo lo demás, es lo de menos. Se trata de ser "flexible", y, de manera especial "incluyente". Y queda claro: si no se ama al verdadero Dios (sólo hay uno), no se puede amar a quien está a nuestro lado.

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