No hay ofensa que hayas hecho, que a tiempos no resucite


Las ofensas no se olvidan, quedan grabadas en la memoria. Por eso de vez en cuando, se asoman al consciente y tratan de inquietar el alma con los recuerdos.

No importa la edad cuando se cometieron los hechos. En realidad es un asalto a la razón donde el sujeto no tiene nada que decir. 

De las ofensas se debe pedir perdón si es posible; de lo contrario conviene a prender para evitar caer de nuevo en la misma  trama. Pero nunca dejarse vencer por el enredo de los recuerdos. 

Todos tenemos los pies de barro y nos hemos dejado enredar bien por el mundo, el demonio o los llamadas de la carne. Están siempre en nuestro entorno, al acecho, y si no se está en lo que se debe con firmeza, acaban minando la integridad moral de cualquier persona.

Nadie está a salvo de estas acometidas, ni siquiera los más santos. La mejor defensa es siempre la confesión y la eucaristía. La primera, limpia; la segunda robustece y anima a transformarse en lo que se está llamado a ser. Ademas, en un ambiente tan materializado, son gratis, no cuestan nada, y animan a seguir por el buen camino.

Nunca es suficientemente grave, aunque lo sea, la ofensa cometida como para no ser perdonada por quien todo lo puede...igratis!. Y quizá , o sin quizá, es le mejor regalo que una persona puede recibir en esta vida. 

Una y otra vez se produce el regalo.




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