El infierno está lleno de buenos propósitos, y de buenas obras el cielo

Son muchas las personas quienes pretenden lograr un fin decoroso en los compromisos contraídos consigo mismos, pero no todos lo consiguen.

La razón estriba en ir dejando para después el caminar hacia la meta deseada. Tienen la intención de hacerlo, tienen todo listo para lograrlo, sin embargo, se entretienen en el camino con las cosas porque así es su manera de conocer. Si estas cosas que al parecer distraen en el camino  no existieran el hombre no sería capaz de conocer. 

Pero el conocer de las cosas nos tiene que llevar a su creador, no al revés. Sin embargo, podemos pasar la vida en una distracción continua sin llegar jamás Dios. Lo que suele ocurrir e que, al obrar de esta suerte uno se crea la imagen de Dios que le conviene, hecho a su imagen. 

Es una pena porque al obrar así el mundo se desordena porque cada uno tiene su propio mundo, y en esa multitudinaria creatividad es difícil encontrarse con algo que en realidad sea verdadero. Verdaderas son las cosas puestas en su lugar, situadas fuera de la conciencia, como algo absolutamente real. Y se conoce lo real aprehendido.

Por eso los propósitos se quieren pero las imágenes captadas son el resultado de algo no real, nacido no de la cosa misma sino de las conveniencias ocasionales. Y de ahí se hace difícil que se pueda lograr al artífice de todas las cosas creadas. 

El bien obrar sigue el recto camino de lo aprehendido en las cosas creadas que nos incitan con fuerza hacia lo extrínseco en cuanto tal no como se ve en nosotros. Equivocase en esto puede despertar propósitos sinceros pero como son creaciones personales, no reales, acaban sumiendo el querer de las buenas obras en un espacio etéreo, indeterminado. 


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