Antes es la obligación que la devoción


Estamos frente a un punto delicado. No es raro llegar a casa al atardecer, cansado tras largas horas de trabajo, y descuidar el cariño y la atención debida a los familiares con la excusa de haber tenido un día pesado. También puede darse el caso de tener la necesidad de retirarse después de un escueto saludo porque se debe emplear en asuntos importantes, tal como un rato de recogimiento para meditar un rato con el Señor.

No puede ser ni en uni no en otro caso. La familia espera. Y espera encontrarse con una sonrisa, aunque sea leve,  y conversar unos minutos sobre las incidencias del día. En el segundo caso, llegar a casa sin haber encontrado en tu plan de vida un rato para orar, es un desorden. Y más vale estar con la familia, si lo requiere, que encerrarse a una labor por muy seria que fuere, descuidando el tiempo necesario a los suyos, esposa y los hijos.

Por supuesto que uno debe dedicarle tiempo a Dios, pero no a costa de quitárselo a quien el orden debe cuidar de darle el trato debido. Lo mejor de todo sería revisar el plan de vida de modo que se dé lo debido a cada quien. Una excepción, se podría pasar por alto si de veras está justificada, y se percibe un acuerdo con la esposa y los hijos. Pero sería una excepción, y quizá, mejor todavía, ni siquiera consultar esa excepción con los seres querido, disfrazando la devoción con semblante de obligación.

Conviene en el orden del día no dejar para el final, la oración por ejemplo, lo que debería hacerse al principio de la jornada, sin darle más vueltas. Dejar al "señor del tiempo" sin unos minutos de calidad, de cariño, para estar a su lado y consultarle los afanes del día, se lee como sin esa dedicación fuera algo obligatorio, que no lo es.

En fin, el amor exige orden a la hora de distribuir el cariño. Si a la hora de redactar una idea pusiéramos el orden de la frase caprichosamente, o si el curso de los planetas se alterase según quien detenta el poder, todo sería un caos. El orden nace del amor, no al revés.





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