La honra del soberbio, en deshonra se convierte muy presto


Ese pensar en los talentos personales como si fueran algunos propio, es gran necedad, y fuente de toda clase de errores espirituales.

Los talentos personales son parte de un don recibido. Hay quienes deslumbran por su gran capacidad y quienes no levantan la cabeza del suelo debido a su nota-ble carencia. 

Es cierto, hay quienes tienen talentos pero no los cultivan y acaban pediéndose en la mediocridad. Pero en lo recibido, si se trabaja adecuadamente, con disciplina, no por sobresalir sino para servir a los demás, se llega al punto debido, más o menos alto.

Einstein llegó a donde llegó a base de mucho esfuerzo trabajando esos dones que había recibido. Claro está, el adquirir un cierto nivel de conocimientos le puede llevar a uno a días y noches de dedicación, mientras a otro apenas le bastan unas horas para lograrlo.

En realidad, cada uno se puede preguntar, ¿qué tienes que no hayas recibido? El soberbio cree equivocadamente en su buen hacer, y está bien. Pero, entonces, debe preguntarse de dónde le viene a Mozart, por ejemplo, esa facilidad suya para interpretar delante de un auditorio piezas musicales complejas. Luego cultivó esa facilidad suya hasta lograr ser de los primeros compositores y concertistas de su tiempo, y de nuestro tiempo, a no ser por la posesión de unas dotes sobresalientes.

Darse cuenta de estas cualidades lleva a la humildad, ese saber andar en verdad, y, al percatarse de tal virtud, se inclina a compartir con los demás ese don recibido. De lo contrario, puede acabar como tantos, en la sala del desprecio, en la soledad.

No se puede pasar la vida centrado en uno mismo, como ocurre con la soberbia. Ello impide dar el culto debido a quien nos ha provisto de esos bienes de los que se alardea.


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