A Dios rogando y con el mazo dando


No se puede confundir la omnipotencia misericordiosa de Dios con la vagancia.  Quienes no se percatan de la diferencia, usan el agua bendita para freír  huevos. Pero las cosas no van por ahí.

El hombre fue creado para que trabajara, y el cultivo de  la tierra en aquel tiempo era lo más asequible.

Mucho ha llovido desde entonces, hasta cambiar la noción del trabajo como si fuera un castigo. Recuerdo aún cómo algunos se jactaban de vivir sin trabajar, y lo tenían como una bendición y se jactaban de ellos ante los demás. A esos tales les llamaban "señoritos".

Pocas veces se ha tergiversado la palabra de las Escrituras de forma tan radicalmente errónea. 

En primer lugar, Dios es bueno y no quiere el mal para el hombre. Al crearlo le marca con un encargo, yo diría, con el más adecuado a su naturaleza. Y "trabajar" era el tal encargo. Es decir, era un buen encargo.

Ocurrió, sin embargo, que después de la lamentable desobediencia acerca de no comer la fruta del "árbol prohibido", el ejercicio del trabajo se convirtió en cansancio, pero el trabajo siguió siendo una cosa buena. Tan bueno era que san Pablo conminó a sus primeros conversos, que quien no trabajara que no comiera.

Es más, el trabajo bien hecho, ofrecido a Dios, es camino de santidad, y es lo que hizo Jesús al venir a este mundo durante treinta años de su vida siguiendo el ejemplo de san José.

Por eso eso es bueno que en nuestras necesidades nos encomendemos a Dios, sin olvidar poner lo que podamos poner de nuestra parte.

Matar el tiempo es un error craso, porque podríamos estar matando nuestro tiempo de cielo.

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