Ni aquel que es flojo en su oficio tendrá vejez sosegada
Hemos repetido con frecuencia que en el orden se encuentra la virtud. Pero el sosiego se relaciona más con la pereza que con el orden.
Hay personas que nada les perturba, no por virtud, sino por despreocupación. Les da igual todo. En algunas personas se da el don de trabajar sin descanso sin apenas sentir el desgaste de tal labor. Es el caso de Teresita de Jesús, quien apenas recibir su toma de hábito en 1889, con 16 años, recibió la gracia de poder "hacer las cosas como si nos las hiciera", al menos durante una semana. A partir de esa fecha era capaz de hacer las mayores locuras fija su voluntad en el amor de Dios.
Pero esto no es, como vemos, normal ni siquiera en la vida de los Santos, como podemos apreciar hoy en la celebración del querido pariente de Jesús, Juan Bautista, apartado del calor del hogar desde su juventud, vestido apenas con unas pieles, y sin miedo alguno a decir a la cara del rey Herodes lo impropio de su estilo de vida, cosa que le costó la vida.
Los santos, un modelo en el que nos pedemos fijar, suelen dedicar su vida a un trabajo absorbente, desgastante, cada uno de los días de su vida. San Pablo decía en cartas en los principios del cristianismo, "el que no trabaje, que no coma".
La inanición no ayuda a la virtud de la laboriosidad, ni a ninguna otra que sepamos. El tedio llena los espacios destinados a cultivar la vida interior, y la persona se siente cómoda en el "dolce far niente".
Con frecuencia se olvida que el hombre el hombre fue creado para trabajar; que María y José trabajaron todos los días de su vida, y que su hijo así les enseñó a sus discípulos.
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