¿Qué significa ser pobre? (A pobreza no hay vergüenza)
Ser pobre significa amar lo que se tiene. En muchas ocasiones la pobreza consiste en amar las carencias.
No se trata de posesión; se trata de amor. Este es siempre el detalle en nuestra relación con las cosas relacionadas con Dios (y con los demás).
En este caso se trata de amar las carencias. Sí, se pueden amar carencias, porque son, en cada caso, lo que se tiene. Puede ser, tan sólo un caso de falta de lo necesario para vivir al día, o, por ejemplo, también puede ser, debido a la enfermedad, la carencia de salud.
En estas condiciones, la falta de lo material o espiritual (las fallas o caídas en nuestra vida personal, que pueden suponer una fuerte sacudida interior) nos deben empujar a pedir eso que nos falta, con la completa seguridad de que Dios sabe muy bien de nuestra situación.
El santo de hoy, popular por todo el mundo durante siglos (desde el XII hasta ahora), Francisco de Asís, es un ejemplo de como aprendió vivir la pobreza que el Señor quería a base de pruebas escalonadas conducentes a vivir con un hábito de campesino, un cordón en la cintura y unas sandalias, a quien por nacimiento lo había tenido todo, incluso, ante la postura de su padre que le censuraba con castigos, incluso físicos, las nuevas formas de vida de su hijo, muy distantes por cierto, no sólo de las costumbres familiares, sino también de los usos y costumbres de quienes en la vida religiosa dedicaban su vida al servicio de Dios.
Por eso la pobreza no consiste en dar de lo que nos sobra, sino en desprenderse de lo que muchas veces es necesario o de lo que en algún momento nos gustaría disfrutar, pero elegimos por amor, prescindir de lo habitual. Por ejemplo, dejar de lado ese bocado último que nos gustaría saborear, o elegir el lugar menos cómodo en una reunión, o prescindir de ese atuendo que nos destaca en el grupo, o regalar con naturalidad nuestro tiempo, nuestra sonrisa, o nuestro dinero a una buena causa.
En fin, hay muchas maneras de imitar a Jesús, un buen ejemplo de pobreza que no tenía donde reclinar la cabeza, y que llevaba sin embargo una buena túnica al final de su vida.
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