No aflige mucho el perder aquello que poco cuesta
Es una triste cosa pasar por la vida como si todo diera igual. Y peor todavía pensar que el dinero y las posesiones materiales son lo verdaderamente importante.
Sería degradante ir a la conquista de uno de los ocho mil de altura y minimizar el reto para quedarse en cualquiera de las llanuras del altiplano pretendiendo que con eso es suficiente y apto para alardear de haber estado y conquistado las crestas del Himalaya.
Lo pequeño esconde lo grande, como nos recordará santa Teresita (1873-1897) cuya fiesta celebramos hoy, y así, sin vanagloriarnos de nuestras conquistas, descubrimos el hacer por amor. De esta manera, esta pequeña santa, sin proponérselo, sin salir de su pequeño convento donde era menospreciada con frecuencia por sus hermanas carmelitas, fue nombrada patrona de las misiones, junto con el gran santo navarro del siglo XV, Francisco Xavier (1506-1552), cuyas andaduras le llevaron a la India, Japón y a las costas de China.
La grandeza de las cosas pequeñas fue también el sello del sacerdote fundador del Opus Dei en una fecha cuyo aniversario se e¡celebra mañana, Josemaría Escrivá, ya en el siglo XX, cuya insistencia en esta realidad, le ayudó a conquistar la santidad, camino ejemplar para muchos y la extrañeza de tantos.
En realidad, lo pequeño, la perseverancia en las cosas ordinarias de cada día, cuesta, porque muchas veces cansa el no advertir grandes cambios en la vida personal o en los trabajos diarios, y se deja de lado.
Por el contrario, este camino --"caminito", diría la Teresita de Lisieux-- abre la puerta de la santidad a quienes sabiéndose poca cosa --humildad-- se atreven a recorrerlo sin vanagloria alguna hasta alcanzar el fin que Dios ha fijado para cada hombre.
Perder esta meta, desde luego es la mayor locura de esta vida; parece que poco cuesta, pero nos jugamos la eternidad.
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