Los periódicos silencian a la familia; y la familia ya casi no anuncia a sus muertos







Todos los días lo mismo: se deben llenar las de la prensa  con "algo". Ese algo podría ser noticia, información, comentarios ocurrentes de periodistas y algunas fotografías y anuncios. Las esquelas ya no se llevan, bien porque ya no se muere la gente o porque los vivos, parientes y amigos de los difuntos ya no están dispuestos a pagar el precio del obituario; y, además, los muertos ya  no van a Misa, y no se ve como se solía, el lugar donde se va a celebrar el funeral, como en el caso de Rubalcaba.

Porque una cosa son las creencias de las personas, y, otra muy distinta, la realidad. Si después de la muerte hay un juicio y se dicta sentencia, entonces otro gallo cantaría. Pero los muertos, por lo general, no hablan ni nos vienen a decir cómo está la cosa por donde quiera que anden. Claro, este sigilo post mortem no contribuye aclarar este punto, y con él se refuerza la idea ---es sólo una idea--- de la nada después de la vida, y se suelen decir cosas nacidas de la emoción como esta: ---Donde quiera que estés, te lo estarás pasando de primera, porque tú fuiste también de primera. En fin, se dicen cosas así. Con un baño de oropel se quiere certificar ante los demás el haber sido un apoyo, quizá inexistente. Pero los muertos no hablan.

Y el vivo vuelve al "bollo" una vez dejado en el hoyo al muerto. Sin embargo, se pensaba ayer,  y hoy  también, sobre los efectos de la visita de un muerto. El espanto sería tal como para poner todo, la vida y lo demás, en su sitio. No hay tal, se nos advierte en la parábola del rico Epulón: ya tienen a quienes les aconsejan para seguirles haciéndoles caso, y si  los vivos no les inquietan tampoco le harían caso a un muerto. En el caso de la resurrección de Lázaro, milagro patente, quienes no querían más oír a Jesús, buscan la manera de quitar de en medio al ¡resucitado!, como si él tuviera la culpa de su incredulidad.

Llama la atención en los círculos periodísticos, cómo en esas columnas dedicadas a un difunto famoso, una versión de la esquela de antaño, se extienden en mil detalles, nimios algunos de ellos, pero ignoran por completo en la mayoría de los casos,  la vida de familia del difunto, sus progenitores, su educación temprana, su matrimonio y los hijos. En algún caso se puede admitir la ausencia de relaciones familiares, pero ignorarlas sistemáticamente, parece un eludir la vida de familia, como algo secundario, molesto o carente de importancia.

Estos son los tiempos, de acuerdo con el tono adoptado los periódicos en su mayoría y por otros media. Pero no desaprovechan las muertes escandalosas, asesinatos, suicidios de alguien que ni siquiera se sabe quién es. Esto, y no otro, vende. Y por las esquelas ya no se quiere pagar su precio. EL diario El País es un buen ejemplo de esta moda.





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