El "pensamiento débil" o el abandono de la verdad y del compromiso

Un signo de nuestro tiempo. Se ve a la verdad desde lejos, cuando alcanza a vislumbrarse. Y se cuelan por las rendijas de la incertidumbre propuestas melancólicas, y la gente va de la ceca (casa de la moneda) a la Meca sin saber dónde está. Ajetreo, dudas, desconfianza y deseos de escape, aunque sólo sea por un momento, a esos paraísos artificiales construidos en torno a la belleza natural, donde miles, buscando lo mismo, se amontonan junto a una toalla y una sombrilla. Quizá el paraíso se reduzca a eso: una toalla y una sombrilla para limpiarse y protegerse de los salpicones de agua del mar dejados por los transeúntes descuidados, cuya sombra de paso impide disfrutar del sol, un sol esperado pero abrasador. 

Ni siquiera en estos lugares de "recreo" se libran de la presencia de los inmigrantes. Amaestrados por la necesidad y por quienes abusan de su situación, discurren por la playa vendiendo baratijas durante largas horas. También ellos dejan atrás un mundo, escapando de la miseria pero sin poderlo olvidar, su lengua, su familia, sus costumbres. Pero no se hallan en ese dar vueltas de la mañana a la noche para ganar el sustento diario, parco.

El futuro se torna incierto en ambos casos: el de los tendidos en sus toallas y el de quienes les molestan con sus ofertas ofrecidas a voz en grito.

Gianni Vattimo, ya en el atardecer de la vida, filósofo con laureles y aplaudido, no sabe tampoco cómo salir de esta malla donde todos se sienten atrapados sin poder salir y ver la realidad de las cosas. Entonces, se las inventan, con más o menos fortuna, algo así como las fake news  de los periodistas, según él mismo confiesa. El resultado es el pensamiento débil, incapaz de acometer fuera de las ideologías, donde permanecen ensimismados quienes deberían ser luz de las gentes. Según sus declaraciones, Vattimo cree más en la Iglesia que en Dios, pero sin apostarle tampoco demasiado. En todo se queda sin el animo necesario para dar un paso más, adelante, atrapado en un sistema de ideas propias y aprendidas de pensadores del titubeo. Y su producción filosófica ha encontrado amplio eco en este mundo del relativismo, donde nada es verdad ni es mentira, como don Ramón de Campoamor, poeta y romántico, ya pregonaba durante todo el siglo XIX.

Y se rechaza la Iglesia, por tanto, por presentarse como "autoridad dogmática", donde no se puede decir lo que se quiere, lo que uno piensa. Vattimo no quiere ir al infierno pues sería un "problema", y se presenta un tanto arrepentido de su condición de "gay", siempre a medias. 

El contagio de sus ideas en nuestro tiempo  se  desliza a través de una supresión de lo absoluto, permitirá, en estos estadios nuevos del posmodernismo dar espacio a "todos los dioses" para desde esa situación establecer un dialogo donde quepan todas las posturas, y todos los hombres.

Es, en efecto, una especie de nihislimo donde todo es posible si a uno le parece bien. La posición personal es más importante que la "verdad" establecida por otros, por instituciones clásicas donde la diversidad no es posible.

En fin, es la nueva y milenaria presentación del Paraíso frente a la propuesta de la serpiente: darse el hombre su propio lugar frente a la propuesta divina. El problema, como admite Vattimo, ya de 83 años, es el "miedo a la muerte". Lo que haya después, ya no importa.

Al faltar entonces la verdad, falta el compromiso.









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