Escuchar (shema)



La tradición se transmite, en silencio.




Lo más importante del diálogo es la escucha. Sin ella, se convierte en monólogo. Escuchar implica una actividad, no es algo pasivo. Se recibe lo recordado por otro, dispuesto a transmitir a un semejante de alguna forma un mensaje verdadero y digno de saberse y de crédito (No todo lo verdadero interesa).

Resulta fastidioso decir estas cosas tan de cada día. Pero son importantes. Pensemos, por ejemplo, en la tradición. Sin escucha se perdería. Por eso el diablo es amigo del ruido. Se ha llegado al extremo de aturdir con lo ruidoso, y los asistentes a uno de esos conciertos públicos saltan como becerros enjaulados y beben y comen durante días en lugares llanos, apretujándose unos a otras, enardecidos por los conciertos de bandas rockeras, sin rechistar. Nadie se queja de bullying. Todo se permite; al fin y al cabo es al aire libre, y si lo  sabe Dios, que lo sepa el mundo.

Todo esto ocurre porque se trata de todo menos de escuchar. Escuchar requiere de silencio atento porque el mensaje vale la pena, y vale la pena cuando es verdad. Es más, podríamos definir el "ruido" como ausencia de verdad. Por eso hoy tenemos tanto de aquél y tanta escasez de ésta. 

Los niños ya no guardan silencio ni en las iglesias. Sus maleducadas madres los dejan corretear de un lado a otro como un entretenimiento añadido gratis a la Misa. Si no, el niño podría enfadarse y empezar a berrear y ellas (los padres) no saben cómo callarlos. Al fin y al cabo, como dijo una aprendiz de madre, "hay que dejar que los niños se acerquen a Dios", tal como el evangelio señala. Hombre, señora  --le apostilló un fiel--, pero no al precio de distraer al próximo con tan sonoros correteos y berrinches, pues la feligresía está flaca, cada vez más escasa.

Y eso que apenas hay niños. Están decreciendo los nacimientos porque las madres tienen cosas más importantes que hacer. El título de "madre" tiene a ojos vistas un sesgo antifeminista, y se deben evitar tales esclavitudes. Además, la vida está muy cara y se debe contribuir, de alguna manera a la economía familiar, aunque no haya familia de por medio. 

Ni madre, ni señora, no nos diga así de feo --reclaman las millennials-- Todos esos calificativos quieren encuadrar a la mujer en unas categorías ya muy pasadas de moda. La vida, dicen, quienes así piensan, es para "disfrutarla" como a cada uno le parezca. Nada de opresiones sesgadas por corrientes anquilosadas.

El cielo está en la tierra, y para eso se necesita "libertad", sin rollos filosóficos. Se deben leer a los autores de "moda", esos arrimados a las "ferias del libro", donde se rompen las barreras entre lo íntimo y privado y lo público  situando ese desmadre ya en la primera página, como anuncio pretérito de  otros escenarios más de acuerdo con las ideologías actuales. Ya dispuestos al "placer", bienvenido sea todo lo que lo procura. 

En  fin, escuchar, se trata de ver con atención y respecto al otro, y admirar su delicadeza de comentar a uno, sus descubrimientos de la vida, sus acercamientos a la tradición y a la voz de Dios, que habla en el silencio del corazón a cada quien para enseñarle sus caminos. Así ha sido siempre. Tú eres madre y te voy a decir la senda a seguir, junto a tu marido, dándose uno al otro, con ocasión y sin ella, con alegría y con penas, hasta el final. 

Y resulta que, esta manera, al guardar silencio frente al otro, iban descubriendo la felicidad, algo querido por Marx y santa Teresa. Es el shema, la llamada a la escucha dada a Moisés, porque en esas palabras a decir, estaban abiertas  la verdad.

Impresiona recordar cómo en el silencio de la liturgia monacal, Europa descubrió felizmente el cristianismo. Hoy, el ruido podría destruirlo.












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