¿Qué es preferible: sequía o inundaciones?


Así, de entrada, diríamos que ninguna de las dos opcciones. La razón estriba en su ser intrínseco: las dos posibilidades son malas, y uno no debe elegir el mal, en principio, bajo ninguna circunstancia. Morir de sed o morir ahogado, no es algo para elegir, porque los dos caminos llevan a la muerte.

En la parábola del rico Epulón y Lázaro vemos cómo aquel solicita al pobre, desde su condenación, siquiera una gota de agua para remediar en parte la intensidad de los tormentos que padece. Asimismo, en el lago de Genezaret, los apóstoles en la barca gritan al Maestro ---aunque algunos eran profesionales de la pesca--- calmar las aguas de la tormenta que amenazan con hundir la nave y el perecer ahogados. 

El equilibrio entre estos dos extremos, como ocurre con tantas situaciones en la vida, resuelve las conjeturas alrededor de lo radical. La virtud va creciendo entre los desórdenes de los llamados al abuso y la inanición. Ambas posturas requieren de un esfuerzo distinto pero real para superar el conformismo de lo ya logrado o e empuje para dar el primer paso revelando la actitud mental del rendirse ante una meta jamás intentada.

Vale la pena es una frase redonda, que esconde la seguridad de los logros acumulados tras muchos vencimientos donde no siempre se gana. Así somos, es la condición humana una vez dejado el Paraíso terrenal. Pero es el camino para forjar sin llamar la atención la personalidad de quien está llamado, sin haber ruido, a grandes metas cuidando las cosas pequeñas de cada día: en el carácter, en la manara de relacionarse con otros, en la toma de alimentos, en la bebida...

Mantenerse en el camino está bien, es lo que hay que hacer; pero ese camino se anda, poco a poco, vigilando siempre si nos conduce al fin propio del hombre. Una ayuda buena de alguien que nos quiera bien y nos conozca, es imprescindible.








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