El amor y cuidado de las cosas pequeñas: es cuestión de fe


No mediría ni unas cuantas pulgadas, pero su pequeñez me cautivó el alma. Era, aunque de otra forma, la parábola del grano de mostaza, y el de la escena de acercarse a los pequeños, a pesar de la protesta de sus apóstoles. 

Estaba contemplando  unas flores en el jardín de casa, y se acercó con un vuelo lleno de gracejo una gran mariposa multicolor. Por muy grande que fuera su tamaño, nada era comparado con el del colibrí, el más diminuto de los pájaros.

Aunque parezca rara la anécdota, me vino a la memoria aquel pasaje de despedida de Jesús a los apóstoles: Vayan por todo el mundo.., así, sin más. Y ellos fueron a lugares lejanos y desconocidos. Por ejemplo, Tomás, el apóstol reacio a aceptar la resurrección de su maestro si no veía y tocaba las heridas dejadas por los clavos y lanza en la pasión en la cruz, él no iba a creer. Pues bien, este hombre llegó hasta la India, a Goa, y allí descansan sus restos. 

Ha ocurrido algo importante. Jesús les manda "ir por todo el mundo", pero él mismo evitaba ir a los poblados donde no sería bien recibido, aunque cuando al pasar por Samaria se da la escena de la samaritana, se convierte y permanece unos días en el poblado, a pesar de su nula relación con los judíos. Pero Jesús lo pude todo.

No insistan cuando alguien no quiere tratar con vosotros; vayan a otra casa o abandonen el pueblo y sacúdanse el polvo de sus sandalias, les recomienda a sus discípulos. 

Ahora  han recibido el Espíritu Santo. Ya no hay fronteras entre judíos y quienes no los son. Como nos dice Tomás de Aquino, una sola gota de su sangre derramada es es suficiente para convertir el mundo entero. De ahí nace la tranquilidad y la audacia  de quienes van a predicar a países lejanos y desconocidos. Al estar el Espíritu siempre junto  a quienes viven en gracia y desean dar a conocer lo excelso de las enseñanzas evangélicas, no hay obstáculo capaz de parar la fuerza de esas palabras divinas. 

Es fe. Uno no se adentra en el mundo sin más, sino que sabe de antemano el final feliz de ese encuentro con los demás, pase lo que pase. Véase si no de  donde nace la osadía de un Francisco Xavier, quien casi  en solitario viaja y predica en la India, Japón y en las costas de China, sin importar los problemas del idioma, y las diferentes culturas con quienes se encuentra.

En fin, la conversión no la hacemos nosotros. Pero se necesita de nosotros para hacer llegar ese mensaje a todo el mundo. Si pedimos esa fe, se nos concede...Al fin y al cabo, es cosa pequeña, "como un grano de mostaza".

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