Resistencia al cambio...aunque lleve a la santidad


Parece mentira. Cuando la gracia se asoma a la vida de una persona, por lo general, se tiende a ignorar esta llamada porque la llamada quiere un cambio de vida en quien, llamado por Dios, teme perder la libertad.

En el caso de San Pablo, persiguiendo sin descanso a los primeros cristianos, viajaba a Damasco desde Jerusalén para obligarles a volver a la integridad de la fe judía. Con el fin de ayudarle a eliminar  su resistencia al cambio requerido por el Señor a quien perseguía, queda ciego y debe ser conducido por sus acompañantes hasta la casa de un judío converso, avisado de este fenómeno, y cuide de quien va ser el "apóstol de los gentiles".

Ocurre algo similar con la conversión de San Agustín. Las exigencias del cambio de vida le hacían demorar su entrega a la que estaba llamado. Pero el Señor vale de esos señuelos destacados en la vida del hombre para llevarlos a la conversión final que nada hará desfallecer, aunque no cesen las insidias del maligno, que nada pueden ante la repulsa de quien las recibe.

Hay muchos más ejemplos. Desde la negación de Pedro y su arrepentimiento final a la resistencia de Tomás ante la insistencia de sus compañeros sobre la resurrección del Maestro, algo inédito en la historia de la humanidad.

La gracia es el quid de la perseverancia, y nos recuerda la advertencia clarificadora del "sin mi nada podéis hacer". Hemos sido puestos donde estamos --algunos dirían con mayor o menor fortuna-- para desde ahí emprender el camino, accidentado tantas veces. Ante tanta contrariedad ensuciar vida, la santa de Ávila responde al Señor que le recuerda su cariño especial precisamente cuando le asaltan esos entuertos en medio de una noche lluviosa en medio de una zanja en el camino donde ha perdido su carreta: al "Así trato a los que quiero", le replica la santa: --Por eso tienes tan pocos. 

Nos pasa a todos, días aciagos, noches sin pegar ojo, recuerdos inoportunos, reclamos sin consideración alguna..., pueden dar al traste incluso en una vida de entrega. Por eso nos dirá la Teresa abulense: "...la paciencia todo lo alcanza", y añade: Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, ¡aunque me muera!

Esa es la clase de perseverancia, clave de nuestra exigencia si se quiere encaminar hacia el fin propio, aunque nos agobie la resistencia al cambio. Sin duda, mucho veces habremos de pedir ayuda, pero eso es el hombre: un ser relacional que vive en comunidad y necesita de los demás para dar sentido a su quehacer diario.

 


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