Representar el amor a la vida


Es muy cómodo decir "sé tú mismo", cuando uno se ha pasado la vida intentando ser lo que los demás uno cree que esperan de mí, o dejar de lado el papel de bufón del grupo si se comprueba el buen tono de las reuniones y el cruce de bromas entre los amigos.

Todo eso está muy bien, pero se cae en la cuenta de lo difícil de examinarse a fondo cada noche y descubrir que se vive "por" los demás, según ellos quieren o me lo parece. Es distinto vivir, entregarse "a" o "para" los demás según las necesidades de cada uno de ellos. 

El amor del prójimo es dedicar la vida a la familia, al trabajo con los demás para conseguir aunque sea un poco la ayuda necesaria para los de mi casa y para el bien común de la sociedad donde se vive. De otra manera, el afecto, el amor desaparece, y todo se reduce a un quedar bien con los demás. Equivale a multiplicar una cifra enorme, si se quiere, por cero. El resultado es un cero absoluto.

Pero para descubrir esta magnitud inútil se necesita ir a la fuente del amor. Ahí se ve la locura de haber sido creado por quien puede hacerlo sin esperar nada a cambio, y dar la vida si fuera necesario, por acercar a esa criatura a descubrir el caminito para darle  las gracias a ese supremo hacedor, pues es una persona (ya que nosotros los somos) y descubre su ser en cada una de las cosas     que nos rodean, aun las más materiales por muy alejadas que estén de nuestro entorno. Así, todo, todo lo creado tiene un algo de quien ha decidido ponerlo ahí. Nada es una casualidad, y se sostiene en su ser al dársele en préstamo, pero con propiedad, desde el principio de su existencial.

De ese cuidado por las personas y las cosas nace el amor. Nos damos cuenta cuánto vale todo. San Francisco, el de Asís, amaba todas las cosas, e incluso llamaba "hermano" al lobo de Gubbio. Por eso, nuestro papel en la vida, consiste en procurar saber se los demás y meternos en sus vidas, no llevados por la curiosidad, sino por el conocimiento que lleva al amor.

En fin, la entrega a los demás iría cerrando la brecha que abre la indiferencia o el odio, iniciando así el camino donde se posibilita la paz en la tierra, ese canto de los ángeles al nacer Jesús y les conduce hasta el portal de Belén.



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