Perder el tiempo...sin parar

Cuando nos preguntan si solemos perder el tiempo, solemos titubear un poco porque no faltan ocasiones donde llevados por la maravilla de tantas presentaciones inútiles en las pantallas de los teléfonos y de la computadora nos sorprende el talento de niños, jóvenes, adultos y ancianos realizando números de canto, bailes, música proveniente de cada rincón del mundo, Tirol incluido, que el tiempo se va sin apenas darnos cuenta porque quedamos enganchados en el asombro de tantas realidades, hermosas de verdad, como si todos los relojes del mundo se hubieran detenido para permitir escuchar esa interpretación venida de escenarios improvisados, sin público a veces, sonde uno se enfrenta y conoce de primera mano, de cerca a personas, quizá sin oficio pero artistas consumados en la melodía presentada sin alardes, como si saliera del corazón con sencillez, sin querer impresionar a nadie, pero consiguiendo la atención de quienes si no fuera por ese escape del quehacer ordinario jamás hubiera disfrutado tanto de esos rasgos musicales realizados con sinceridad, sin esperar nada a cambio, ni un aplauso siquiera porque las redes esquivan esos detalles, tan ordinarios en cualquiera de las presentaciones profesionales habidas en los recintos preparados para un público especial, con frecuencia especializado en los temas de turno en los teatros locales donde convive sin conocer con otros tantos aficionados al espectáculo, pero sin reparar siquiera en la valía de la persona, pues el hombre, en general, y cada uno de ellos, es imagen de un creador y por eso reviste un rango de hijo de Dios, aunque usted no lo crea.

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