La compleja vida de San Agustín
Pocos santos pueden compararse con la vida de San Agustín (354-430). Después de su conversión y recibir el bautismo en Milán de la mano de San Ambrosio, lapso de su vida escrito. por él en las Confesiones.
Se ha escrito mucho sobre la vida de este personaje, y resulta atractivo cada uno de los estadios de su trayectoria de desde su nacimiento en Tagaste, situado en la región de Argelia, tal como hoy se la conoce, hasta su muerte en Cartago a los 75 años, después de haber viajado por Roma y Milán.
Entre los aspectos de su agitada vida, destacaría su valentía y su amor por la verdad. De alguna manera estos dos aspecto suelen ir juntos, pues el cobarde no se atreve con los requerimientos exigidos por la búsqueda de la verdad. De hecho los santos suelen ser un buen ejemplo de esta combinación de virtudes, hijas de la fortaleza y de la prudencia.
Se enfrentó a las principales corrientes filosóficas de su tiempo, sin excluir el maniqueísmo (donde él se situó algún tiempo, unos 9 años). Después de ejercer como maestro de Retórica en Milán, se convierte en un destacado neoplatónico. reflejado en buena parte de sus escritos.
En las Confesiones, Agustín escribe: «La vanidad me extravió, todos los vientos me llevaban de aquí para allá. Pero tú, Señor, en las sombras, me guiabas». Él supo ir retando a cuantos se oponían a la búsqueda de la verdad, demostrando con fuerza cómo la fe católica no se opone a los argumentos de la razón; por el contrario, basada en ellos, se puede conquistar la verdad revelada, como se manifiesta en su obra
Su conversión ni fue obra de un instante. Fue considerando, poco a poco, las consideraciones y las exigencias de la fe, al punto de pedir en su oración personal, Señor, dame castidad de vida, pero todavía no.
La vida de San Agustín no se explicaría si faltara su madre, santa Mónica, presente en todas sus peticiones y viviendo junto a su hijo, físicamente, alentándole con su persistente ayuda. Incluso el marido, se convirtió al final de su vida.
San Agustín no tuvo miedo a vivir ni a contar su vida, ni a dejar por escrito poco antes de su muerte en La ciudad de Dios los argumentos esenciales del cristianismo refutando el sinsentido de las consideraciones críticas en su contra. Elegido obispo de Cartago en 395, fue ejemplar en su dedicación a los fieles de toda índole, en su caridad y en santidad de vida, y ayer celebramos la memoria de este Padre y Doctor de la Iglesia.
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