Estamos en los tiempos del absurdo


 Poco más se puede añadir al título de este artículo. Hoy se prefiere el no ser al ser. 

Es el absurdo. Pero se aplaude esta noción en los países más "adelantados". Y aquí está el desorden, la contradicción. El avance en las ciencias y la tecnología, capaces de insertar un satélite humano en un asteroide moviéndose a velocidades fantásticas  a miles de kilómetros de la tierra, sin embargo, no les permite reconocer el ser, la vida, y respetarla como es. Se prefiere segar la vida en su concepción y en su declive, cuando, en ambos casos, el ser apenas se puede valer por sí mismo.

¿A qué punto hemos llegado? El camino de la verdad es el camino de la razón, dirían los antiguos.  A lo que ya es, y por tanto, seguirá por siempre siendo, se pretende con razonadas sinrazones, eliminarlo de su trayectoria. Y a lo que no es, como sería el caso de un cambio de sexo, se pretende darle carta de ciudadanía invocando el derecho; y a lo que es, quitárselo.

Se supone, se ha supuesto siempre, que el derecho es una ayuda, un amparo, a lo que es, para que siga siendo. Negar este principio es regresar al mundo de la anda, de donde nada sale porque nada hay. Por consiguiente, el derecho se calla, guarda silencio en estos casos, porque se está en el ámbito del absurdo.

Pudiera ser que el ser no haya sido tan bueno como se pensaba, pero para eso está la corrección y el cambio de rumbo. Pero no se puede, no se debe,  desintegrar a lo que por ser, lo es para siempre. Nadie tiene autoridad para hacer algo así.



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