El tiempo y el amor guardan una estrecha relación, ahora y para siempre
No dejes que pase el tiempo. El tiempo es el filón de oro conque se encienden las luces que alumbran la eternidad. No se puede canjear si se carece de él.
El oro se gana en la tierra con cada acto de amor, en el trabajo, en el trato amable con familiares y amigos, haciendo bien lo debido sin descuidar por alguna razón. (nunca faltan razones para dejar de hacer el bien).
En las relaciones, aquí, en nuestra vida, se nota en seguida cuando tanto con las cosas como con las personas, no acaba de darse ese detalle con el que, aunque muy cansado, con molestias, no nos impida esbozar una sonrisa. Requiere práctica, pero vale la pena.
Recuerda las palabras del evangelio: "Porque fuiste fiel en lo poco, entra en el gozo de mi Señor". Por supuesto lo importante es la entrada, si no, fuera, se da el rechinar de dientes. Además, una vez en el interior de ese gozo, se ve una multitud de diferentes matices de gloria.
Pero una vez introducidos en ese ambiente de felicidad y eterno, descubrimos que hay, como dice santa Teresa de Ávila, quienes lucen como el alumbrar de una vela, sin envidiar nada a nadie, y, otros, lucen como el sol. En ambos casos, la luminosidad se consigue en esta vida, haciendo bien cada día, en cada momento, es decir, con amor, lo que Dios ha puesto en nuestro camino.
Entonces, el mérito no radica en la proyección social del trabajo realizado, sino en ese realizar con cariño lo que llevamos entre mano. Dudo mucho que las tareas realizadas por san José en su pequeño espacio de trabajo, y las de María, su esposa, hayan llamado la atención en el pequeño poblado de Nazaret donde pasaron, conviviendo con los lugareños, los días de su vida.
Sí se le conocía a José, como el carpintero (según las traducciones de algunos), pero es muy probable que en su aldea la dedicación de este padre de familia sería distribuida en multitud de tareas menudas, siempre bien hechas, según las necesidades de los habitantes del lugar.
Desde luego, Jesús, hijo de esta familia, pasó su niñez, su juventud y madurez en este ambiente sencillo dedicando las horas al aprendizaje y realización de un oficio donde lo importante era tanto la calidad de la obra realizada como el amor puesto en cada un de los detalles.
No en vano, su lugar en el cielo, brilla como luz del sol donde, en caso de María se aprecia su concepción inmaculada, donde hasta los mismos ángeles la contemplan como el brillo sin igual después de la Trinidad; y el de su esposo José, a cierta distancia en esplendor de María.
De esta manera, con el uso correcto en nuestra vida de los planes de Dios, aprovechando en cada momento el tiempo debido rociado por el amor, se consigue en el cielo la luminaria, como una vela o como el sol, que alumbre por siempre el rostro divino.
Y depende de nosotros, ahora.
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