Cuando el final ya se ve cerca
Veamos una carrera de muchos metros lisos. Los participantes van dejando poco a poco sus energías en el camino. Pero siguen corriendo. Saben de la cercanía de la meta.Oyen los gritos de ánimo del público. No pueden pensar en nada más que el pisar la raya final. Y realizan el último esfuerzo con ánimo de batir su propia marca.
La vida es también un tanto parecida a la de una carrera. Obstáculos siempre los hay. El mismo cansancio es uno de ellos. Está ahí presente y no se puede eliminar. Sin embargo, el principal obstáculo está en uno mismo. Pensar que ya nos puede más, que no vale la pena el dolor acarreado por el cansancio y la falta de fuerzas.
Es la ocasión esperada de manera especial por Satanás. La seducción tiene dada por el lado de la comodidad, por la eliminación del sufrimiento que conlleva dar siquiera un paso más.
Aquí es donde uno se juega la vida, ésta y la próxima. Sucumbir ante las insinuaciones diabólicas, después de haber ganado tantas batallas al diablo, es la ocasión espera por el Maldito. Él, podríamos decir, tiene tiempo, pues está condenado para toda la eternidad. Y supondría una victoria suya, desviar en el último momento, la esperanza del amor que nos espera.
El Maldito ha sido derrotado tantas veces por la gracia divina, que espera conseguir un triunfo en un descuido. Con claudicar en el último instante de los participantes de la carrera, es suficiente.
Pero no. El cielo entero está dentro de nosotros, acallando las voces malignas que tratan de apartarnos del camino. Es un gran ejército luchando, intercediendo pro cada alma el momento preciso. Nunca se está solo. Pero debemos oír esa voz y desestimar las invitaciones a salir de la carrera, la única carrera, y, a veces la última.
Siempre se puede continuar, y cuando uno ya apenas puede, se grita, con una voz interior, la solicitud de ayuda, siempre disponible, a condición de ignorar la melodía maldita que ronda justo cuando ya casi se nos acaba el tiempo, cuando ya se vislumbra la meta final.
Hay que pedir entonces la ayuda necesitada. Más que nunca. Dios no deja solos a quienes se abren a su voz. Vale la pena, ahora sí, más que nunca, más que nunca.
Confía. Es el amor que pasa. Y María no pierde batallas.
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