Con lo absurdo nos alejamos de lo real; con el misterio nos acercamos


En nuestra conducta, no  basta seguir una ocurrencia, ni tampoco hacer lo que bien nos parece. Se requiere vivir en un mundo real, donde no siempre el desencanto, desafortunadamente,  cuando se siguen las apetencias de quien obra según su conveniencia.

El hombre  está aquí  con un fin muy concreto, que él no se ha fijado. Hay por lo tanto un orden concreto en todo lo creado, especialmente cuando se trata de realizarse, de ser real, como persona. Salirse de ese orden trazado equivale a introducir el caos en la vida personal y social. A veces nos preguntamos el porqué de la violencia reinante incluso en el seno familiar, y mucho más en las relaciones sociales, entre pueblos y países.

La guerra es una plaga que sin cesar amaga el porvenir de la convivencia. Llegamos a pensar que dedicarse al estudio de la historia significa adentrarse en un continuo conflicto entre pueblos y naciones hasta llegar a un punto donde el vencedor se vuelve un tirano, y la saga de la violencia vuelve a iniciarse sin remedio, cada vez con un mayor poder destructivo que arrasa con bienes y personas.

Lo absurdo radica de esta situación consiste en no aprender de la experiencia para vivir en paz, como si este logro fuera una cobardía de la que se debe defender con un poderoso ejército dotado de un poder destructivo. Lo interesante de semejante planteamiento radica en el sinsentido de la destrucción acarreada en tales procesos. Más todavía, se a llegado a perder el sentido de la importancia de tener en frente a un semejante, a una persona que para vivir necesita atención y cariño.

Hemos sido creados por el amor, y las deficiencias del hombre en su trato con los demás menoscaban su potencial como persona hechos a su imagen y semejanza. Dios no puede comportarse fuera de la esfera del amor; de lo contrario dejaría de ser quien es, cosa imposible. Incluso cuando juzga, lo hace amorosamente. Esto es el realismo divino, y los infortunios del comportamiento humano se deben precisamente a ese olvido de su condición. 

El realismo nos empuja a comportarnos como somos, "como dioses", lejos de hacerlo, como sugirió Satanás, "desobedeciendo", tal como se les propuso  a la primera pareja con un "seréis" --después-- como dioses, es decir,  divinidad condicionada al pecado de desobediencia, como si del diablo  dependiera tal condición.

 

 




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