¿Por qué la gente no quiere ir al cielo?
Muchos no creen en la existencia de la vida después de la muerte. Creen que con la muerte se acaba todo. Otros sí creen, pero han introducido en sus creencias la idea de un dios siempre misericordioso, con independencia de la vida llevada en este mundo: al fin y al cabo, al final todo se perdonará sin importar si se trata de un Hitler o un alma de la caridad. Algunos piensan en remediar los desvaríos en el último momento, pero no siempre se dan los remedios oportunos. Quedan aún quienes sí creen en el más allá y tratan de purgar en esta vida la pena por los pecados cometidos y confesados y así evitar el castigo merecido por ellos después de la muerte.
Hay, por supuesto, cuestionamientos al purgar después el castigo por los pecados cometidos. Quizá un ejemplo pueda aclarar un tanto las cosas. Supongamos que alguien rompe un jarrón, más o menos valioso, y, lógicamente, debe pedir una disculpa al dueño por el desastre. Pero, una vez otorgado el perdón quedaría por satisfacer el precio del jarrón. Esa satisfacción de la pena sería el equivalente al castigo recibido en el purgatorio en esta comparación. Por supuesto, no hace falta esperar a después para pagar el precio de la rotura, y se puede ir liquidando poco a poco en esta vida llegando al final con las deudas saldadas.
No todos están dispuestos a creer en estas verdades. La vida presente es un regalo y no se puede malgastar como a cada quien le parece por no entender o no querer hacerlo, que la libertad no consiste en hacer lo que a uno le da la gana. Más bien, es libre quien orienta sus acciones eligiendo el camino que conduce al fin querido por el amor de quien nos ha puesto en este mundo.
La libertad no se entiende sin el amor. No se puede amar a la fuerza, se necesita ser libre y entregar al creador lo dispuesto de acuerdo a cada uno. Se es libre al ejercitarse en el amor, actuando porque así se quiere, para lograr el fin, ese fin consistente en ir al cielo. Es un pequeño costo para lo que no tiene precio.
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